Cuando diriges un país de peso, hablar inglés es casi obligado. No digo ya accurately, o con precisión, que eso es oficio de poetas, pero sí al menos fluently, o con fluidez, que es oficio de políticos. De lo contrario, corres el riego de tener que viajar con escolta lingüística a todas partes, o de quedarte compuesto y sin auriculares. Aun en el caso de que tengas pocas cosas que decir, y demasiadas que escuchar, las formas son the forms y the forms son las formas. También el César tiene que parecerlo.
En el Foro de Davos, nuestro presidente necesitó un intérprete y, como ni siquiera estaba previsto, tuvo a los caballeros de su mesa redonda muriéndose de hastío no sé cuántos minutos. Craso error. Arafat hablaba un inglés zarrapastroso y yo creo que precisamente por eso llegaba a acuerdos inconcebibles. Con un poco de ese valor torero que a todo español se le supone, nuestro hombre en Los Alpes debería haberse lanzado al ruedo y anunciar por sí mismo su cut of dilapidations, o recorte del gasto público, por poner un ejemplo.
También habría podido decir en el idioma del Imperio que a little bit of please, porque en Spain no ha habido ningún bank que se haya declarado en bank-broken, o que tenemos una trajectory de serious country, o que ya está a punto de salir del oven el stroke of pension, que suena mejor que pensionazo. No le habría entendido nadie, por supuesto, pero a estas alturas qué más dará, dadas nuestras miserias. From the lost to the river, ¿no les parece? O, dicho en castellano, de perdidos al río.
Laura Campmany
www.abc.es
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