El Gobierno vuelve a conmemorar, como ya se hiciera en 2004, uno de los episodios más espectacularmente trágicos de nuestra guerra civil, la salida de las obras maestras de la colección del Museo del Prado en 1936. El motivo de aquella expedición fueron los bombardeos de Madrid por el ejército nacional, que pusieron en peligro las pinturas. La decisión de sacar las obras de Madrid fue discutible, porque en la ciudad había recintos inexpugnables, como los sótanos del Ministerio de Hacienda, donde –eso sí– se instaló la Junta de Defensa. Aun así, se puede entender. Se entiende menos que en Valencia, también bombardeada, estuvieran almacenadas con la máxima publicidad en las Torres de Serranos, un edificio sin la menor protección que requirió obras de adaptación. Y lo que ya no se entiende en absoluto es la decisión de sacar las obras de España en condiciones lamentables, tanto que «El 2 de mayo» y «Los fusilamientos» sufrieron desgarraduras serias en el traslado. Azaña se sentía abrumado por la responsabilidad y dejó amplio testimonio de su pavor en sus escritos. Al margen queda el trabajo de los técnicos, como Timoteo Pérez Rubio, que se esforzaron sin duda alguna por salvar las pinturas. Toda la operación desprende un inequívoco tufillo a propaganda política, y da la impresión de que si el bando nacional puso en peligro el Prado con los bombardeos, el republicano lo utilizó para fines propagandísticos. El asunto es un ejemplo perfecto de lo que NO se debe hacer nunca, y de lo que NO se debería volver a hacer. Pues bien, el mismo tufo de propaganda suscita la conmemoración partidista de aquellos hechos lamentables. Puestos a recordar, no estaría mal que alguna institución se encargara de exponer con rigor histórico y publicidad suficiente la obra de destrucción del patrimonio artístico español de la que fue responsable la Segunda República. No ha habido en toda nuestra historia un régimen tan devastador como aquél.
José María Marco
www.larazon.es
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