Son casi dos millones, llevan camisetas de «Soy fan de la Fox» y creen que John McCain es comunista. Y en sus manos está el vuelco -o no- electoral en favor de los republicanos en las elecciones al Congreso de noviembre. Son conocidos como el movimiento «Tea Party» (en alusión al primer incidente revolucionario en tiempos de la independencia). Y constituyen el movimiento político de moda en la era Obama.
Curiosamente, uno de los presidentes más centristas de la historia de aquel país ha desencadenado el rugir de algunas de las pulsiones más populistas que anidan en el complejo cuerpo electoral estadounidense. Su loable cruzada por universalizar la cobertura sanitaria ha sido percibida por muchos como un intento de intromisión del gobierno federal en la vida de las personas, activando el rechazo cultural a todo lo que venga de las «elites» de Washington D.C. El auge del ala más social del partido demócrata con la llegada de los «chicos de Chicago» a la Casa Blanca habría ayudado a conformar esta imagen.
Este movimiento, que podríamos denominar «antiizquierdista», se ha cruzado con la caída de los dos bastiones de la economía (es decir, de la sociedad) norteamericana: Wall Street para las finanzas y Detroit para el automóvil. La conmoción social generada, unida a cifras de paro del 8-9% en un país acostumbrado a un paro técnico del 4%, ha desatado la «paranoia nativista» o populismo jacksoniano que dispara contra todo lo que huela a Washington, capital, regulación y Naciones Unidas.
Este contexto ha facilitado la consolidación de un potente movimiento de base dentro del campo republicano, el «Tea Party» -capitaneado por Glen Beck, una estrella de la Fox-. Su objetivo: poner candidatos del ala conservadora del partido donde haya moderados. Anuncio de una lucha fratricida que puede poner en riesgo el «sorpasso» en el Congreso al que apuntan los sondeos de popularidad de Obama.
Borja Bergareche
www.abc.es
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