Viernes 22 de enero. Roberto Micheletti concluye el Consejo de Ministros de Honduras y abandona la Casa Presidencial «con la frente muy en alto». El próximo miércoles, día 27, el incuestionable ganador de unas elecciones que España todavía no ha reconocido, Porfirio Lobo, tomará posesión de la Presidencia de la República. Y Mel Zelaya, el golpista avalado por Hugo Chávez y Daniel Ortega, a quien España amparó y las instituciones democráticas hondureñas vencieron, partirá hacia un cómodo exilio como «huésped distinguido» en la República Dominicana. Y yo me pregunto qué tendrá para Zelaya la República Dominicana que no tenga su amada Cuba, por ejemplo.
La actuación de España en Honduras ha sido una de las más penosas de nuestra política exterior en democracia. Hemos respaldado a un hombre contra todas las instituciones democráticas de su país, nos hemos negado a reconocer el resultado electoral que ha sido avalado por todos los observadores relevantes y nos hemos alineado con el chavismo bolivariano en la primera derrota relevante que padece en su proceso de expansión continental. Verdaderamente, nadie hubiera podido imaginar que Honduras pudiese dar tanto de sí.
Ahora propinamos a las instituciones democráticas de Honduras el agravio añadido de que el Gobierno español haya decidido no enviar a la toma de posesión de Lobo al Príncipe de Asturias. Es sabido que el Heredero de la Corona ostenta la representación española en las tomas de posesión en Iberoamérica. Pero nuestro Gobierno está en sostener el error. Si eso implica contaminar la imagen internacional de la Corona, alinearla ideológicamente con el chavismo y en contra de la democracia, no parece que sea una cuestión que preocupe ni al presidente del Gobierno ni al jefe de nuestra diplomacia. Grande.
Ramón Pérez-Maura
www.abc.es
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