quarta-feira, 27 de janeiro de 2010

Negativa palestina a una paz negociada

La paz en nuestra región es desde hace décadas uno de los anhelos de la comunidad internacional y de la sociedad israelí, una aspiración que han hecho suya los diferentes gobiernos de Israel. Mientras que los esfuerzos de Israel dirigidos a alcanzar la paz con Egipto y Jordania concluyeron con la firma de tratados de paz, todos los intentos de obtener un acuerdo negociado con los palestinos han fracasado por la oposición de sus líderes.

El rechazo de los dirigentes palestinos de cualquier propuesta de paz obliga a cuestionarse sobre su voluntad de alcanzar una paz negociada. El ejemplo más reciente es la negativa palestina a la reanudación de las negociaciones de paz desde las elecciones celebradas en Israel a principios de 2009.

Las negociaciones fueron suspendidas unilateralmente por los palestinos, y todas las propuestas israelíes para reanudarlas han sido rechazadas por la Autoridad Palestina. De nada han servido las iniciativas israelíes para desbloquear la situación.

En su discurso en la Universidad Bar-Ilan (14 de junio de 2009), el primer ministro Netanyahu expresó claramente su aceptación del establecimiento de un Estado palestino al lado del Estado judío para que ambos vivan en paz y seguridad. En ese discurso, Netanyahu exhortó a la Autoridad Palestina a reanudar inmediata e incondicionalmente las negociaciones para concretar la visión de «dos Estados para dos pueblos». El negociador jefe palestino, Saeb Erekat, se opuso a reiniciar las conversaciones. El gobierno de Israel ha puesto en práctica medidas importantes destinadas a mejorar el clima político en la región.

Entre ellas se cuentan varias disposiciones encaminadas a facilitar la libertad de circulación dentro de Cisjordania y también entre Cisjordania e Israel, así como la cooperación con los palestinos en materia de seguridad. Además de mejorar la calidad de vida de la población palestina, estas medidas han facilitado un fuerte desarrollo económico. La nueva situación surgida a raíz de estos cambios, el cese de la violencia terrorista desde Cisjordania, y un esfuerzo de gestión económica de las autoridades palestinas, han hecho posible que la economía de Cisjordania esté creciendo este año un 8%, según el Banco Mundial.

Pese a que la vida en Cisjordania ha mejorado notablemente a raíz de estas iniciativas israelíes, los dirigentes palestinos alimentan una campaña internacional destinada a deslegitimar a Israel, dañar su economía y debilitar su capacidad de defenderse.

El Gobierno israelí aprobó el pasado noviembre la paralización durante diez meses de la construcción de viviendas en los asentamientos de Cisjordania. Como indicó Netanyahu, la medida está «destinada a propiciar la reanudación de las negociaciones», y a brindar «una oportunidad para avanzar en el camino de la paz». También esta decisión ha sido criticada por los dirigentes palestinos, que rechazaron cualquier forma de negociación con Israel.

Como ya se ha señalado, esta oposición palestina a lograr la paz no es un fenómeno novedoso; de hecho, Abba Eban, ministro de Exteriores de Israel, hace ya algunas décadas acuñó la famosa frase «los palestinos no pierden la oportunidad de perder una oportunidad». Desde entonces, abundan los ejemplos. La firma de los acuerdos de Oslo (1993) y las negociaciones posteriores auguraban una solución pacífica del conflicto palestino-israelí. La comunidad internacional y, lo que es más importante, una mayoría de la sociedad israelí, creyeron que el camino hacia la paz era irreversible.

Sin embargo, a principios de 1996 se produce la peor ola de atentados terroristas palestinos contra civiles israelíes, con cientos de muertos en unas pocas semanas. En 2000, en Camp David, en la cumbre patrocinada por Bill Clinton, Arafat se niega a firmar el acuerdo largamente negociado y desencadena la segunda Intifada, y una ola de atentados terroristas.

Pocos meses después (Taba, 2001), en una nueva cumbre con el presidente de Egipto, Hosni Mubarak, como anfitrión y con la participación de Clinton, Arafat escenifica ante el mundo su rechazo de última hora a un acuerdo pactado. En 2005, retirada de Gaza, desmantelamiento de asentamientos y salida de todos los civiles israelíes de la franja. La respuesta palestina: lanzar cohetes y misiles desde Gaza contra la población israelí. Cerca de diez mil lanzados en tres años.

Al parecer, los terroristas palestinos (no sólo de Hamás) convirtieron la tan reivindicada fórmula «paz por territorios» en «bombas por territorios». En 2008, Ehud Olmert le presentó al presidente de la AP, Mahmud Abbas, una oferta de paz sin precedentes. Abbas la rechazó declarando unas semanas después que lo había hecho porque «las diferencias eran demasiado grandes». Abbas continuó: «Esperaré a que Israel congele los asentamientos... hasta entonces, en Cisjordania tenemos una buena realidad... la gente lleva una vida normal».

Una de las asignaturas pendientes de los dirigentes palestinos es abandonar el discurso maximalista. Es imprescindible que adopten un discurso realista y pragmático capaz de concienciar a la sociedad palestina de que para alcanzar la paz con Israel deberán renunciar a parte de sus sueños. Sólo un líder dispuesto a ello podrá firmar un acuerdo entre ambos pueblos. Desde hace años, la sociedad israelí asumió que la paz sólo se alcanzará con renuncias dolorosas.

El Gobierno de Israel ya ha demostrado, de palabra y por los hechos, su compromiso de promover la paz. Al igual que los gobiernos que le precedieron, está dispuesto a negociar y a hacer concesiones, incluso difíciles. Los dirigentes de la Autoridad Palestina pretenden lograr la paz sobre la única base de sus propios términos, se niegan a negociar.

Sería una verdadera tragedia que los líderes palestinos escogiesen una vez más el «todo o nada» y que rechazasen alcanzar un tratado que permita a ambos pueblos vivir en paz y seguridad.

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