Hace algunos años el cineasta estadounidense Steven Spielberg popularizó la figura de Oskar Schindler. Son hoy pocas las personas que no saben quién fue este señor y su famosa “lista”. Pero hubo otros benefactores de los judíos y de la humanidad en general en medio del macabro episodio que supuso el Holocausto cuyo nombre no ha gozado de tanta repercusión. Es el caso del diplomático español Ángel Sanz Briz, que libró a miles de judíos húngaros de un fatal destino en los crematorios nazis. Hoy, Día Internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto, supone una buena ocasión para recordar su historia.
El diligente y sanguinario Eichmann
Corría el año 1944. El Eje estaba perdiendo la guerra, pero Hungría era aun un estado títere del III Reich. Su capital padecía el terror nazi e intensos bombardeos aliados. En medio de este convulso panorama, Hitler había comisionado al máximo responsable del programa para la “solución final del poroblema judío”, Adolf Eichmann. Con sanguinaria diligencia, Eichmann puso en marcha un programa de deportaciones masivas que fue mermando a la comunidad judía local, que hasta entonces había sobrellevado mal que bien las afrentas de los alemanes. Se estima que tres cuartas partes de la comunidad hebrea del país magiar perecieron en los hornos de Auschwitz y Birkenau.
Por las mismas fechas que el delegado de Hitler para la matanza, llegaba a la ciudad del Danubio un joven diplomático aragonés, con la misión de dirigir la legación española, Ángel Sanz Briz. Poco tardó en percatarse de las colosales dimensiones del crimen que a escala industrial perpetraban allí los alemanes. El periodista Diego Carcedo cuenta en su libro «Un español frente al Holocausto» como Sanz Briz quería ayudar a aquellos desdichados pero chocaba con las instrucciones del Gobierno franquista, receloso de ofender a sus aliados alemanes.
Violentando la rectitud diplomática y al margen de Madrid, Sanz Briz desempolvó un viejo decreto de 1924 que reconocía la nacionalidad española a los descendientes de los sefardíes, la comunidad hebrea expulsada de España en 1492 por los Reyes Católicos, y comenzó a extender pasaportes y salvoconductos a todo aquel que acreditara esa condición. Poco después dio un paso más allá y extendió la protección española al resto de judíos que lo solicitaron. Sanz no se detuvo ahí y creó una red de viviendas de alquiler a cuenta de la Embajada en las que cobijó a las familias judías que, aunque hacinadas, escaparon de este modo a las deportaciones. Colgaba en la puerta de los inmuebles la bandera nacional y un cartel que indicaba “anejo a la legación española”. Miles de personas salvaron la vida enclaustrados en una de aquellas madrigueras. El personal de la delegación española, siguiendo órdenes de Sanz, llevaba hasta ellas alimentos y velaba por su salubridad. Estuvo haciéndolo hasta que el Ministerio español de Exteriores ordenó clausurar la Embajada ante la inminencia de la entrada en la ciudad de las fuerzas de la URSS, con la que Madrid no mantenía relaciones.
Sanz Briz desarrolló después una dilatada carrera como embajador de España, de la franquista primero y de la democrática después. Murió en 1980 en Roma a los setenta años de edad. Nunca aceptó atribuirse ningún mérito por su etapa en Hungría y decía que se limitó a “obedecer las órdenes del Jefe del Estado”. Sin embargo no hay documentación que respalde tal afirmación. Muy al contrario, Franco tenía en los judíos una de sus fobias recurrentes, como demostró en infinidad de discursos.
En 1991 el Parlamento de Israel reconoció la obra filantrópica de Sanz Briz y le concedió el título de Justo entre las Naciones. En 1994 se le homenajeó en la Hungría poscomunista en presencia del entonces ministro español de exteriores, Javier Solana. Pese a ello aún son pocos los que saben quién era aquel Ángel de Budapest. La celebérrima lista de Schindler contenía poco más de un millar de nombres. Ángel Sanz Briz salvó alrededor de 5200 vidas.
Guillermo Daniel Olmo - Madrid
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