segunda-feira, 12 de novembro de 2007

Populismos de la indignidad

Hugo Chávez es uno de esos personajes de baja comedia que ineludiblemente terminan en la tragedia, la destrucción y la nada. Chávez tuvo respuesta cuando le preguntaron qué había más allá del final de la Historia. Dijo: «El chavismo». Eso significa que de la economía libre y del Estado de derecho poco quedará en Venezuela. Los países adictos al chute de la petropolítica siguen la misma senda. Putin le vende armas, el bielorruso Lukashenko le abraza y Almadinejad le bendice en nombre de Jomeini. Chávez propone vitaminar con petróleo el modelo de integración de ALBA para enfrentarlo a la economía de mercado del ALCA. Por supuesto, Chávez no puede garantizar un suministro infinito de petróleo a sus allegados; para lo único que tiene garantías es para la inestabilidad de la sociedad venezolana -más crimen, más descontento, más autoritarismo con afán vitalicio- y de todo su entorno geopolítico. A eso fue, como de costumbre, a la XVII Cumbre Iberoamericana. Ya desfondó la de 2005. La patología de su política interior le lleva a victimizarse en el exterior con tesis conspiratorias: la culpa de todo la tiene España, sus empresarios y banqueros, Aznar. El fiel y corrupto Daniel Ortega le secundó atribuyendo a la diplomacia española una estrategia de golpismo.

Los insultos, ofensas y calumnias de Chávez contra España tuvieron la respuesta del Rey Don Juan Carlos. Su gesto de ausentarse de la discusión en aquel digno foro transmutado en gallera de arrabal corresponde a la calidad simbólica de su alta representación, la más alta representación del Estado español en las relaciones internacionales por ser símbolo que integra la unidad interna de España, especialmente con las naciones de su comunidad histórica, como dice la Constitución. Es el sabio reconocimiento de una potestad que dimana de cómo la Corona protagonizó históricamente el engarce de las naciones de la comunidad hispana. La eficacia de ese ser simbólico ha sido contrastada una y otra vez, fue sustancial en la vertebración de las Cumbres Iberoamericanas y ha sido solicitada como arbitraje en no pocas ocasiones.

Las cosas tienen que decirse por su nombre y es un hecho que una escalada de episodios desiguales que van de la quema de fotografías del Rey a embestidas mediáticas injustificables ha podido dar la falsa impresión de que la naturaleza permanente de la Corona padecía en alguna medida. Al mismo tiempo, su esperada visita a Ceuta y Melilla tuvo por efecto indirecto desvelar la pusilanimidad de la política de Zapatero respecto a Marruecos. No ha sido brillante la actuación del Gobierno socialista en asegurar el regreso de los españoles retenidos en el Chad, de lo que tuvo que encargarse el hiperactivo Sarkozy. Más allá de esos avatares, la Monarquía parlamentaria tiene una magnífica salud para bien de todos.

Al Zapatero inmovilista y a un Moratinos que concibe la política exterior como una actividad acomodaticia y desmerecedora de ambición nacional, no les suena bien que los intereses de las empresas españolas que trabajan en las difíciles circunstancias de Iberoamérica sean los intereses de España. Pero así es. La interrelación entre gobiernos y mercados que ha desembocado en la dinámica de la globalización es algo repudiado por Chávez pero no por Lula, ni tan siquiera por Alán García. Al final, los errores de Zapatero van a conseguir que una sociedad como la española, habitualmente inhibida de la política internacional, se pregunte por lo que nos va mal en el exterior. La temporada lo propicia: indefinición ante Marruecos y rebote en Argelia, parálisis en Chad, poco margen de maniobra en la Unión Europea, impotencia subliminal en Santiago de Chile.

Desde sus orígenes en 1991, hubo en las Cumbres Iberoamericanas una doble vara de medir con la que Castro salía siempre beneficiado. En la cumbre del año 2000, se negó a condenar la ETA. Gradualmente, España y sus intereses han ido siendo los perjudicados. También el afán de los cubanos por ser ciudadanos libres. Con Castro ausente, su sustituto ya es claramente Chávez. Donde Castro fue el representante de Moscú, Chávez ostenta los poderes de la petropolítica y la delegación del Irán de Ajmadinejad. En esta ocasión, la doble vara de medir ha consistido en escuchar cómo el cubano Carlos Lage hablaba de los avances de la democracia en Cuba y aceptar que Chávez llamase fascista a un ex presidente del Gobierno de España. Fue así como el Monarca español hizo saber gestualmente qué respeto es debido a España y sus instituciones por muchos cómplices que tengan el populismo y sus indignidades. La carpintería teatral de la Cumbre ha escenificado un aislamiento de la política exterior de Zapatero. Sus amigos en Iberoamérica le han traicionado. Eso no quiere decir que España esté aislada ni que no tenga amigos en Iberoamérica. Lo que pueda afirmar sobre la llegada de las naves de Cristóbal Colón un corrupto como Daniel Ortega tiene el poco interés de los tópicos parasitarios. De tener Chávez tantos colegas en el hemisferio sur, no se explica que le urja rearmarse en Rusia: submarinos lanzamisiles, cazas de combate, sistemas de mísiles antiaéreos. Consecuentemente, la Hizbollá ya abrió delegación en Caracas. Siendo el eje Caracas-Teherán una evidencia, para los vecinos de Chávez someterse a sus peroratas en los encuentros internacionales podrá explicarse por los poderes del oro negro pero no por un penúltimo prurito de dignidad y soberanía. La intromisión iraní en la zona sólo puede ser negativa. Venezuela vota a favor de Irán en la IAEA, frente a las posiciones de Europa y los Estados Unidos. Por asumir, incluso asume la aniquilación del Estado de Israel.

Ese «Socialismo para el siglo XXI» que postula Chávez y que imitan Daniel Ortega en Nicaragua, Evo Morales en Bolivia o Rafael Correa en Ecuador, no es afortunadamente el paradigma de toda la izquierda latinoamericana, en el Chile de Bachelet, el Perú de Alán García o la Costa Rica de Óscar Arias. En el centro-derecha, Álvaro Uribe en Colombia o Felipe Calderón en México están por la sensatez y la eficacia. Por su parte, la Argentina de los Kirchner excava el pleistoceno peronista.

Cuál pueda ser el futuro de las Cumbres Iberoamericanas depende de si acatan el chantaje chavista, los populismos y el incremento de democracias iliberales. Es más que probable que el propósito de Chávez haya sido dinamitar las Cumbres y quitar de en medio a España. Pero con un Chávez hegemónico serían menos los países que asumiesen lo que significa cooperar y trabajar juntos. Las comparaciones son sobreras. Chávez es un golpista que conoce la letra menuda del terrorismo de Estado y lidera la amputación de la libertad en el Cono Sur. El Rey Juan Carlos atajó un golpe de Estado, reina en una España de alternancia política y libertad plena que sufre el terrorismo de ETA. Por eso entendemos la Monarquía -como dejó dicho un estadista- como ley de gravedad, fuerza que se combina con todas las demás, que entra en todas las acciones y reacciones y con la cual tienen que contar cuantos quieran hacer cosa estable. O lo que es lo mismo: sin un mínimo de buenos modos, todo acaba por desagregarse. Así cae la democracia representativa en Venezuela, en manos de un gorila centurión con bate de béisbol.

Valentí Puig

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