quinta-feira, 29 de novembro de 2007

¿Por qué contra Chávez?

El problema con Hugo Chávez no son sus veleidades marxistas, sino su desaforada fiebre narcisista. Han pasado ya 18 días desde que el Rey lo dejo planchado en la Cumbre Iberoamericana y el Gorila Rojo no se ha recuperado. Se quedó pasmado y anda diciendo que no oyó el sonoro «¿por qué no te callas?» y que suerte tuvo Juan Carlos, porque él es tremendo.
Padece eso que los franceses denominan «el pensamiento de la escalera»: Lo que se te ocurre que debías haber hecho arriba, cuando vas bajando y es demasiado tarde.

Vamos a tener tabarra Chávez para rato y da igual lo que digan el presidente Zapatero, el ministro de Exteriores Moratinos, la secretaria para Iberoamérica Trinidad Jiménez o el diplomático Bernardino León. El tipo, más presumido que un quinto mal hecho, seguirá soltando lindezas muchos meses.

Si no tuviera a su servicio los pozos de petróleo, quizá se podrían pasar por alto sus bravatas, pero no es así. Chávez es un payaso, pero de los peligrosos, porque tiene recursos financieros y se ha buscado amigos poco recomendables.

Mal hace el Gobierno ZP al considerar inocuos fuegos de artificio las vinculaciones del Gorila Rojo con el iraní Ahmadineyad, su súbita vocación nuclear, su apoyo a los narcoterroristas colombianos y sus tejemanejes con el nicaragüense Ortega o el boliviano Morales.
Tengo la impresión de que el «¿por qué no te callas?», marcará un antes y un después en la peripecia de Chávez. La buena suerte no es eterna y comienza a haber indicios de que las cosas no le van como antes.

Como atestiguan los periodistas de RCTV, el Gorila Rojo ha retorcido la ley para cerrar la boca a los disidentes, pero hasta ahora no ha necesitado hacer trampas muy gordas para imponerse en las urnas. Ha ganado por la combinación implacable de la aritmética demográfica y la televisión.
Este domingo hay un referéndum en Venezuela, con el que Chávez pretende consagrarse como caudillo vitalicio y las encuestas, por primera vez, no le son favorables. En cualquier caso, tanto si gana como si pierde, ha llegado el momento de que las democracias occidentales -incluida España- dejen de ser complacientes con semejante facineroso.

Alfonso Rojo
www.abc.es

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