segunda-feira, 3 de agosto de 2009

El fin de la hegemonía hispana

De Westfalia salían como grandes triunfadores Suecia –dominante sobre el Báltico y dueña de regiones alemanas, mientras Dinamarca perdía extensas posesiones–, y sobre todo la Francia de Luis XIV, que sustituía a España como poder hegemónico europeo. Holanda afianzaba su independencia, reconocida por España en junio. Alemania había sufrido más que nadie (solo los suecos arrasaron 1.500 poblaciones). Se dice que por pestes, hambre y guerra murió un tercio de la población, y la mitad de la masculina. Llegara o no a tanto, la catástrofe fue sin duda apocalíptica.

Francia ganaba territorio, aproximándose a sus límites actuales, y en el sur, gracias a la revuelta de la oligarquía catalana, se quedaba con Rosellón y Cerdaña, donde anuló las instituciones y usos catalanes, y el empleo oficial del catalán. Felipe IV aprovechó el descontento popular con los franceses para tomar Barcelona en 1652, volviendo la mayor parte del principado a España. Además, Francia se anexionaba Alsacia y Lorena, cortando el Camino español a Flandes, por lo que Madrid continuó luchando después de Westfalia. El Sacro Imperio, muy feliz de acabar su sangría, dejó sola a España, que tanto le había ayudado antes. El conflicto prosiguió sin decisión varios años, hasta que lo resolvió una alianza francoinglesa en 1657.

Pues entre tanto los puritanos habían ganando la guerra civil inglesa el mismo año de Westfalia, no sin que surgieran entre ellos impulsos igualitaristas similares a los de anabaptistas y campesinos cuando la rebelión de Lutero. En enero de 1649, Carlos I era decapitado tras un juicio preparado por sus enemigos, hecho revolucionario en Europa. No era buena noticia para Madrid, pues Cromwell, político y militar muy hábil, odiaba especialmente a España. Dictador de hecho, atacó primero a Irlanda. Su ejército parlamentario confiscó casi todo el territorio y lo repartió a los suyos, desmanteló la naciente industria textil, las iglesias y las escuelas, provocó adrede hambre y matanzas, y vendió como esclavos a entre doce y cuarenta mil prisioneros. El rito católico fue prohibido y sus clérigos ejecutados apenas descubiertos. Se calculan las pérdidas irlandesas entre un 15 y un 30% de su población. En 1650 Cromwell derrotó a los escoceses que se habían declarado por la monarquía, pero actuó con más moderación, por el calvinismo común. Después, entre 1652 y 1564, venció a los holandeses, convertidos en rivales comerciales.

Al año siguiente atacó por fin a España. En 1655 sus barcos destruyeron parte de la flota de Indias en Cádiz y tomaron un galeón cargado de plata. El mismo año fracasaron con graves pérdidas en La Española, pero tomaron la apenas guarnecida Jamaica, "daga apuntada al corazón del Imperio español". En 1657 volvieron a destruir gran parte de la flota de Indias en Tenerife, bloquearon Cádiz y, junto con los franceses, ganaron en Flandes la batalla de Las Dunas o Dunquerque, en 1658. Ese año murió Cromwell, y dos después Carlos II fue nombrado rey. En el aniversario de la ejecución de Carlos I, el cadáver de Cromwell fue a su vez decapitado, y su cabeza expuesta en un poste.

La derrota hispana en Dunquerque abocó al Tratado de los Pirineos en 1659. España perdió la Cataluña transpirenaica, partes de Flandes y su Camino. Luis XIV no impuso condiciones peores porque tenía otras ambiciones, manifiestas en su casamiento, en 1660, con María Teresa de Austria, hija de Felipe IV. Madrid combatió en vano la independencia portuguesa, que hubo de reconocer en 1668, y el mar de las Antillas conoció el auge del filibusterismo inglés, cuya mayor figura sería el célebre Morgan.

Pío Moa
http://blogs.libertaddigital.com/presente-y-pasado (02/8/2009)

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