segunda-feira, 3 de agosto de 2009

La pax hispanica se agrieta

En 1616 se agrietó la paz por el norte de Italia, por el ataque de Saboya y de Venecia, que cogía en tenaza el Milanesado. Los nacionalistas italianos creían al “monstruoso cíclope español” “tísico por el largo ocio de Italia y por la fiebre ética de Flandes, un elefante que tiene el ánimo de un pollito”. Para 1618 Saboya y Venecia estaban vencidas y exhaustas. Madrid, conciliador, impuso condiciones suaves y consintió a Venecia el control del Adriático, para indignación de Osuna.

Y ese mismo 1618 echaba a rodar en la lejana Bohemia una bola de nieve que se haría gigantesca, dañaría a toda Europa y en tres décadas acabaría con la hegemonía hispana: el 23 de mayo unos delegados calvinistas tiraron por la ventana del castillo de Praga a tres políticos católicos (segunda Defenestración de Praga: se salvaron por caer sobre estiércol) y reclutaron un ejército contra el emperador Matías, sucesor del débil Rodolfo II. El golpe complicaba a Madrid, por su alianza con Viena. Rodolfo y Matías habían sido tolerantes hacia los protestantes pero la lucha se generalizó por Bohemia y Alemania El nuevo emperador Fernando II pidió ayuda a Madrid, los protestantes a una variedad de príncipes e incluso buscaron la colaboración turca. Spínola ocupó parte de Renania y el embajador español en Viena, Íñigo de Oñate, explotó las divisiones entre los protestantes. La batalla de la Montaña Blanca, en 1620, dio un triunfo decisivo a los imperiales católicos, y las tropas protestantes entraron en progresiva descomposición hasta 1624.

Pero en 1625 Dinamarca, con dinero de Francia, intervino en ayuda de los protestantes pensando en ocupar zonas del norte de Alemania. Aunque católico, Richelieu perseguía ante todo quebrar al Imperio y a España. La acción danesa duró hasta 1629, cuando el general católico Wallenstein la derrotó y ocupó Jutlandia, aunque no pudo tomar Copenhague. El rey danés Cristián IV, renunció a la lucha a cambio de conservar su reino. Así terminaba la primera década de guerra.

De momento, este conflicto solo había costado dinero y pocos hombres a España. Al pasar el trono a Felipe IV, el nuevo valido, Olivares, hubo de encarar el fin de la tregua con Holanda, el embrollo alemán y la agresividad francesa. A su vez adoptó una línea más agresiva que la de Lerma. La contienda de Flandes se enconó contra una Holanda muy reforzaba que, no solo replicaba con eficacia a las acciones españolas, sino que golpeaba en las posesiones portuguesas y a Filipinas. En 1624 tomaba San Salvador de Bahía, en Brasil, aunque España la recuperó al año siguiente, como también capturó Spónola la estratégica plaza fuerte de Breda, hecho inmortalizado por el célebre cuadro de Velázquez. Pero la toma de Breda no fue decisiva, y en 1628 la armada holandesa sorprendió y capturó en Cuba a parte de la flota de Indias, con cuyo botín financió Holanda nuevas campañas. Terminaba la década con malos augurios para España.

Mientras, la política francesa se tornaba más peligrosa. En 1624 Luis XIII dio su confianza al cardenal Richelieu, tras sufrir a varios favoritos ineptos. Richelieu era corrupto, refinado, sin escrúpulos, protector de las artes y buen organizador: un príncipe del Renacimiento inspirado por Maquiavelo. Ansiaba engrandecer a Francia y hundir en lo posible el poder hispano-imperial, pero antes debían poner orden en casa afianzando la autoridad regia sobre los nobles, eterna pugna francesa nunca resuelta. Y debió afrontar nuevas rebeliones calvinistas, hasta que sometió su plaza fuerte de La Rochela, en 1628, poniendo fin a la anomalía de un estado dentro del estado. Entre tanto, dio grandes sumas de dinero a Dinamarca, para que atacase al Sacro Imperio y amenazó las comunicaciones españolas ocupando el valle de Valtelina entre Italia y Suiza.

En Inglaterra, Jacobo I, mal administrador, chocaba con el Parlamento, por lo que apenas lo convocó, y recurrió a la venta de cargos y monopolios. Trató de casar al heredero, Carlos, con la infanta española María Ana, y como el proyecto aseguraba la paz, Madrid y Londres lo prolongaron. Los protestantes se oponían, y en 1623 Carlos hizo un romántico viaje de incógnito a España, para obtener por fin la mano de la princesa; pero se le exigió hacerse católico, la boda se frustró y se agrió la relación entre los dos países. El Parlamento deseaba fervientemente la guerra con España, por motivos religiosos y para saquear las Indias.

Jacobo murió en 1625, y le sucedió Carlos, que se casó con la francesa Enriqueta María, hija de Enrique IV y de María de Médicis. Los protestantes la rechazaban por católica, y la relación conyugal, pésima al principio, mejoraría tras el asesinato, en 1628, del duque de Buckingham favorito del rey. Carlos I, emparentado con un príncipe protestante expulsado del Palatinado por los españoles, declaró la guerra a España en 1625, y mandó una expedición conjunta con Holanda para apoderarse de Cádiz y de la flota de Indias, y financiarse con ella. Pero esta vez agentes de Madrid en Londres dieron aviso, impidiendo el factor sorpresa. La resistencia en Cádiz y las tormentas infligieron a los atacantes una dolorosa pérdida de hombres, barcos, dinero y prestigio en aquel año en que España también tomó Breda, recuperó Bahía en Brasil, y tuvo otros éxitos importantes. El duro revés enfrió los ánimos de Londres, y no hubo nuevas acciones de relieve hasta la firma de la paz en 1630. Carlos firmó también la paz con Francia, después de haber fracasado en 1627 su socorro a los hugonotes de La Rochela. Estas desgracias harían al rey impopular entre sus belicosos súbditos protestantes.

Pío Moa

http://blogs.libertaddigital.com/presente-y-pasado (30/7/2009)

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