terça-feira, 18 de agosto de 2009

La globalización de los virus

Los virus también se globalizan. Como cualquier nueva civilización, la globalización acarrea grandes transformaciones, no todas necesariamente positivas. La rapidez de difusión del virus H1N1, inicialmente denominado «gripe mexicana» y luego, después de las protestas de México, «gripe porcina», demuestra la situación actual de esta globalización: ahora todo es instantáneo, tanto la información como las enfermedades. Parece que los virus reales se desplazan tan rápidamente como los virus metafóricos, los bugs que a veces infectan nuestros ordenadores.

Esta gripe con enorme velocidad de difusión que, en este momento, llega a todos los continentes y espera el invierno para someter a Europa a una prueba muy dura, podría muy bien registrarse en los anales de la Historia como el primer virus testigo de la globalización como civilización. Se me puede replicar que la gripe española de 1918, como es sabido, produjo más víctimas que la Primera Guerra Mundial. Pero esa gripe española no fue mundial y, sobre todo, su difusión estuvo vinculada a circunstancias excepcionales: el desplazamiento de tropas gigantescas entre los continentes. La gripe actual, en cambio, nos afecta en los rincones de nuestra vida diaria, en circunstancias corrientes.

Al ser esta gripe, por suerte y de momento, relativamente benigna, ¿deberíamos tratarla con indiferencia? ¿O deberíamos aterrorizarnos? En las próximas semanas, veremos cómo se comportan los europeos ante la epidemia. En otros continentes, en el hemisferio sur en el que finaliza el invierno, las escenas de pánico que la insignificancia de la enfermedad no justificaba causaron un tremendo desorden en los hospitales de Buenos Aires o de Sao Paulo. Debemos culpar a los gobiernos y a los medios de comunicación por no saber proporcionar una información razonable. Esperemos que nuestros gobiernos y nuestros medios de comunicación, advertidos por estos precedentes en el hemisferio sur, informen serenamente en lugar de hacer aspavientos inútiles. Sin embargo, los gobiernos siempre se sentirán tentados de hacer demasiado por miedo a que se les acuse de no hacer lo suficiente: además, la clase política está obsesionada por el precedente del sida en 1986 cuando, por falta de una concienciación temprana, miles de personas se infectaron con las transfusiones de sangre contaminada.

Por otro lado, más allá de esta epidemia inmediata y al parecer superable, es hora de iniciar una reflexión profunda acerca del riesgo patológico globalizado. En efecto, esta gripe es la tercera alerta mundial, después de la neumonía atípica (Síndrome Agudo Respiratorio Severo, SRAS) aparecida en China en 2003 y de la gripe aviar latente en Asia desde 2005. Hasta ahora hemos tenido suerte porque el SRAS se esfumó tan repentinamente como había aparecido, no sin haber matado a varios millares de chinos, coreanos y viajeros occidentales: sin embargo, seguramente este virus no ha desaparecido y puede estar mutando. Análogamente, la gripe aviar ha provocado hasta ahora más pánico que víctimas: se ha desplazado poco fuera de China y el sureste de Asia, su foco de incubación. Ya hemos dicho que la gripe H1N1 es global, pero benigna. Sin embargo, detrás de estas alertas, vemos cómo se materializa el importante riesgo de una epidemia que sería simultáneamente tan mortal como la SRAS y tan rápida como la gripe. Para esto es para lo que debemos prepararnos.

En los tres ejemplos descritos, la reacción fue tardía. La magnitud de la epidemia no se descubrió y no fue (o habría sido) posible prodigar cuidados y vacunas hasta después de que la enfermedad se extendiera lejos de su foco. Ahora bien, sería posible, aunque no fácil, intervenir antes. De hecho, nos encontramos con que todas estas epidemias surgieron en regiones pobres y densas en las que no existe un sistema de alerta sanitaria. Especialmente en el caso de China, el SRAS se desarrolló durante varios meses en las zonas rurales del centro-oeste del país, en donde casi no existe ningún consultorio ni ningún médico. La enfermedad no se localizó hasta después de que llegara a las grandes ciudades, demasiado tarde para aislar los focos de origen y contener la epidemia. Así pues, es fundamental que los Gobiernos que tienen los medios y están sobre aviso por estos precedentes, especialmente China, Vietnam, India y México, se protejan a sí mismos y protejan al resto del mundo contra riesgos mal gestionados hasta ahora. La prioridad absoluta que le dan estos Estados a la industrialización los lleva a descuidar la vigilancia sanitaria: a corto plazo, esta estrategia pone en peligro su propio desarrollo y, a largo plazo, amenaza con destruir los intercambios internacionales. Porque podemos imaginar y temer que una epidemia nacida en uno de estos países pueda llevar a un boicoteo total, incluso a que cada país se encierre en sí mismo: las repercusiones económicas de la restricción de los intercambios serían tan nefastas como las consecuencias sanitarias. Queda por resolver el caso de los países demasiado pobres o demasiado desorganizados para establecer en ellos una vigilancia sanitaria: su mapa coincide en parte con las actuales zonas de gran difusión del sida. Veremos que ahí existe una necesidad real de intervenciones concretas de las organizaciones internacionales, con la esperanza de esquivar, en la medida de lo posible, la incompetencia burocrática y la corrupción oficial.

Esperemos también, y sobre todo, que eso que se califica un poco pomposamente como «comunidad internacional» tome pronto conciencia de los beneficios reales de la globalización y de sus peligros igualmente reales. Evidentemente, la prioridad es esta amenaza sanitaria, más tangible y más inmediata que el hipotético calentamiento climático. Entre un oso blanco del Polo Norte, amenazado con ahogarse en 50 años porque las placas de hielo podrían fundirse (actualmente, en el Polo Norte se están recuperando) y la humanidad actual, amenazada por virus desconocidos, es hora de volver a una ética humanista elemental.

Salvar a los osos está bien, pero proteger al Hombre está mejor: se supone que, a finales de este año, la Cumbre de Estados de Copenhague deberá examinar el problema del dióxido de carbono. Por poco que el mundo sea víctima de la gripe, esta reunión parecerá insólitamente fuera de lugar. ¿No se podría cambiar el orden del día en Copenhague? Hay que ser serios.

Guy Sorman
www.abc.es

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