domingo, 2 de agosto de 2009

La memoria de las víctimas

Supe de Joseba Pagazaurtundua por un amigo común, José Luis López de la Calle, aunque no le conocí hasta después de haber sido asesinado éste por ETA. El día en que por fin pude abrazarle le dije que todos los días pensaba en nuestro amigo. «A mí me pasa lo mismo», dijo. Cuando la banda terrorista asesinó a Pagazaurtundua escribí que ya no podría dejar de pensar en él. La lista de los admirados amigos asesinados por ETA por defender el sistema constitucional de libertades se amplía dolorosamente y todos ellos ocupan un lugar en mi cotidiana memoria. No pesan, duelen pero alientan. Al término de la Guerra Mundial, un joven estudiante preguntó a Albert Camus qué podía hacer ya que no tuvo la oportunidad de luchar contra el nazismo. «Piense cada día en sus víctimas», le respondió. La lista se ha agrandado tanto en estos cincuenta años, esta semana de nuevo con los guardias civiles Carlos Sáenz de Tejada y Diego Salvá, que no es posible pensar en todos ellos, pero una cosa es lo irrealizable y otra el olvido, que es igualmente imposible.

Siempre presentes

Las víctimas de ETA no se han olvidado nunca. Sin su presencia no se habría desplegado el miedo que ha atenazado al País Vasco durante decenios, ni se habría cedido al nacionalismo, como durante muchos años ocurrió, la tarea de detener la violencia a cambio de una política de privilegios, ni se habría mostrado la debilidad del Estado, como en ocasiones ha ocurrido, en vanos intentos de negociar de un modo u otro una tregua o un cese del terrorismo o de enfrentarse a él al margen de la legalidad. Las víctimas han estado siempre presentes en la política vasca (y en la española), aunque hayan quedado en la recámara, como si fuesen sólo una consecuencia y no el significante, lo que revela realmente lo que ocurre. No se trata de que, en sus ideas políticas o en su modo de ver el mundo, tengan razón. No se trata de pensar como ellas y enarbolar sus ideas. Son ya tantas, civiles y militares, políticos y miembros de las fuerzas de seguridad, empresarios y periodistas, empleados públicos y privados, de izquierdas y de derechas, ricos y pobres, creyentes, agnósticos o ateos, que no es factible dibujar sus planteamientos vitales y políticos. Representan, en definitiva, la pluralidad más extensa amparada por la Constitución de una democracia, que es lo que, para imponer su dictadura, los terroristas consideran su enemigo.

Pero siendo tan distintas e inabarcables con un mismo patrón, las víctimas tienen una verdad inapelable: su inocencia ante unos verdugos que, por su fanatismo violento, las asesinan, destrozan sus haciendas o sus vidas y quieren someterlas al terror. Ahora, afortunadamente, el reconocimiento de las víctimas forma parte del panorama político. El esfuerzo por convertirlo en un eje de una nueva política es uno de los rasgos fundamentales del proyecto de Patxi López y a ello ha dedicado, desde que accediera al poder, sus más emocionantes palabras.

Reconocimiento público

No debe tratarse sólo de un reconocimiento público, de mostrar la compasión y la solidaridad de una sociedad con los que más directa y brutalmente han padecido el terrorismo. Se trata de que la memoria de las víctimas, la obligación de pensar en ellas a diario, se convierta en lo que Todorov llamaba «una memoria ejemplar». Es decir, el empeño cotidiano porque la barbarie no se repita, la imposibilidad de quedar impávidos, detenidos por la pusilanimidad o el miedo que, si no son inevitables (como no lo han sido), sí pueden ser vencidos.

Quienes, por abandono de sus responsabilidades o por obtener un rédito político, han venido defendiendo lo que en el fondo ETA promueve, es decir, la negociación, el que el terrorismo termine «como sea», una barbarie que les parece absurdamente menor que la que padecemos, no olvidan a las víctimas.

Germán Yanke

www.abc.es

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