segunda-feira, 3 de agosto de 2009

Los años 30 del siglo XVII

La siguiente década comenzó con la intervención sueca en Alemania, también pagada generosamente por Richelieu. Pese a no alcanzar los dos millones de habitantes, Suecia se había hecho hegemónica en el Báltico, cuyas orillas alemana y polaca aspiraba a ocupar. Su rey Gustavo II Adolfo, talentoso militar, había vencido a Dinamarca y a Polonia, y marchó triunfante por Alemania. En 1632 ganó la batalla de Lützen, pero perdió la vida en ella. Su ejército siguió victorioso bajo el general Gustavo Horn, hasta que en septiembre de 1634 chocó con los hispano-imperiales en Nördlingen, y fue completamente aplastado, junto con sus auxiliares germanos, gracias al heroísmo de los españoles frente a los asaltos suecos. Fue una de las últimas grandes victorias de los tercios, y decisiva porque obligó a Suecia a renunciar al dominio de Alemania, y a los disgregados príncipes protestantes germanos a aceptar la paz de Praga, en 1635.

Allí pudo haber terminado la contienda, pero la paz disgustaba a Richelieu, que había gastado tanto dinero para nada, por lo que pasó a intervenir directamente, y Luis XIII declaró la guerra a España. Decisión aventurada, cuando los tercios acababan de revalidar sus laureles contra un ejército de la categoría del sueco. Pero Richelieu calculaba bien las dos debilidades de la Monarquía hispánica: escasez de hombres y dispersión de sus dominios, muy vulnerables en sus comunicaciones. Mantener unido tal imperio era una hazaña sin precedentes, pero también un factor de debilidad, mientras que Francia podía operar por seguras y cortas líneas interiores. Además, España quedaba en Flandes entre dos fuegos. Richelieu se atrevió tras haber superado lo bastante las dos debilidades de Francia --el excesivo poder nobiliario y el hugonote--, y contar con la ayuda de los protestantes de Holanda y Alemania. No obstante sufrió graves derrotas y los españoles estuvieron a punto de marchar sobre París. Richelieu se sintió hundido, pero Luis XIII se rehízo, contraatacó por la frontera española, y los cinco años siguientes nadie obtuvo la decisión. Agotados pronto los recursos, Richelieu decretó nuevos impuestos, que, eludidos por las clases altas, pesaron tanto más sobre los agobiados campesinos, que se alzaron en 1636 y 1639. El cardenal los masacró.

En cuanto a Flandes, los años 30 empezaron con la toma de la región brasileña de Pernambuco por los holandeses. Se trataba de una de las posesiones lusas más rentables por su producción de algodón y azúcar, y sus conquistadores llegaron resueltos a quedarse, llamando a la zona Nueva Holanda. Los calvinistas seguían una inteligente estrategia al atacar las posesiones portuguesas, pues no solo obtenían pingües ganancias, sino que creaban descontento en Portugal, donde muchos culpaban de los problemas a la unión con España, a pesar de que Castilla corría con el grueso de la defensa: San Salvador de Bahía había sido recuperada por 8.000 españoles y 4.000 portugueses. Y en Flandes los holandeses tomaban cada vez más la iniciativa contra unos hispanos que, aunque les daban fuertes réplicas, carecían de una estrategia imaginativa.

Aunque Flandes tuvo diestros gobernadores como el valenciano Francisco de Moncada y el madrileño Fernando de Austria, vencedor de Nördlingen, los gastos atosigaban a Madrid y los calvinistas explotaban la dispersión española por Alemania y Francia. En 1637 los holandeses recuperaban Breda y al año siguiente avanzaban sobre Amberes, cuya toma habría resuelto la contienda; pero Fernando, muy inferior en tropas, los venció casi milagrosamente en Kallo. El decenio concluía en 1639 con la batalla naval de las Dunas o de los Bajíos, perdida por los españoles ante a una flota holandesa muy superior. Sin ser una derrota aplastante, marcó el final de España como primera potencia en el mar.

Durante estos años continuó la paz con una Inglaterra ocupada en sus problemas internos. El Parlamento boicoteaba a Carlos I negándole contribuciones, y el rey replicaba prescindiendo del Parlamento, mientras las querellas religiosas se hacían más agudas. Carlos trató de introducir el anglicanismo en Escocia, lo que dio lugar, en 1639, a la Guerra de los obispos.

Pío Moa
http://blogs.libertaddigital.com/presente-y-pasado (31/7/2009)

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