terça-feira, 19 de janeiro de 2010

Haití: una nación (casi) sin estado

Haití, es un caso único en la historia. Es la única vez que una revuelta de esclavos, hace más de 200 años, ha dado lugar a un Estado independiente, la segunda república libre de América. Pero la tragedia de Haití es que se liberó de un yugo para caer en otro.

La primera república negra del mundo comprende una población con un sentimiento nacional unitario muy fuerte, no quedan rastros de tribus ni etnias y el creol es la lengua que une a todos los haitianos. El vodú, aunque contribuye a configurar la identidad nacional, es más bien un elemento de descomunión. El territorio, cedido por España a Francia a finales del XVII, está claramente delimitado y no existen disputas territoriales con el vecino dominicano.

Pero el gobierno soberano (Estado-institución) es el elemento fallido de los tres que constituyen el Estado haitiano (Estado-comunidad).

Tras la independencia, los jefes militares se hicieron con las grandes plantaciones de los franceses, pero para obtener riqueza de ellas necesitaban obreros agrícolas para su explotación. Los antiguos esclavos ya no estaban disponibles pues se habían hecho con un pedazo de tierra y disfrutaban de su merecida libertad. Así pues, ante la imposibilidad de explotar sus tierras, los nuevos grandes señores pusieron los ojos en el Estado para extraer, por la vía fiscal, la riqueza que la tierra les negaba.

El Estado se convirtió en un aparato de depredación y en objeto de deseo de una larga lista de camarillas que se arrebataban el poder violentamente reclamando su turno para saquear. Autores como Matts Lundahl, Robert Fatton o Leslie Péan han estudiado a fondo este fenómeno del Estado predador que llega hasta nuestros días. En épocas anteriores la tentación de proclamarse presidente vitalicio ha atrapado a muchos mandatarios haitianos que han defendido a muerte su apropiación de las arcas del Estado.

Con la democracia, la ventana de oportunidad para robar impunemente los magros recursos públicos se ha reducido, acelerándose así el ritmo de la depredación. Ocupados en llenar sus bolsillos, muchos de sus gobernantes han olvidado las tareas fundamentales del Estado en la provisión de bienes y servicios públicos, el primero de ellos la seguridad.

Como consecuencia de esta negligencia, tolerada en cierta manera por la comunidad internacional, la posición «geonarcótica» de Haití se convierte en su gran ventaja competitiva atrayendo el flujo de la cocaína hacia Norteamérica y Europa. Este «narcopeaje» supone, para los funcionarios más osados, una fuente de ingresos mucho más interesante que la vía fiscal. Defender los símbolos de la soberanía y rechazar la «ocupación» extranjera, que pone un ojo vigilante y censor sobre esta actividad delictiva, es el nuevo discurso de las élites políticas ávidas de riqueza.

La contienda electoral, y este año había programadas legislativas en febrero y presidenciales en noviembre, es una lucha feroz, no para imponer un proyecto político sino para acceder el tiempo suficiente a un puesto de depredación a fin de asegurar un retiro dorado.
Las otras alternativas de enriquecimiento legítimo están agotadas dada la reducida base productiva del país. El Estado es el auténtico Eldorado. Y esto no es lo que entendemos por Estado (Estado-institución) en el primer mundo.

Pues esto es lo que había antes del terremoto, una nación (casi) sin Estado. Por eso, que no se asusten si ahora no hay autoridad, es que nunca la hubo.

AGUSTÍN FERRER, Politólogo y misionero del Camino Neocatecumenal en Haití

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