sexta-feira, 8 de janeiro de 2010

La fragmentación de España

Empieza el año y el estatuto de Cataluña sigue dominando el calendario político. Y eso que aún no hay sentencia. Lo único claro a estas alturas es que llegará tarde y abrirá el debate sobre la reforma de la Constitución, un error ya inevitable que añade incertidumbre política a la ya incierta situación económica. Estos días de asueto me han permitido poner un poco de distancia respecto a la inmediata actualidad y reflexionar -cito a Vargas Llosa para justificar el exabrupto- sobre cuándo se jodió España. El presidente Zapatero tiene mucha culpa y el PSOE por dejarse secuestrar. Me gustaría centrar la responsabilidad en tres decisiones personales, las tres voluntarias y perfectamente prescindibles.

La primera, la más grave, fue cuando tras su llegada al poder en momentos dramáticos decide profundizar en la división de la sociedad española. Concibe entonces un programa de gobierno radical para condenar a la derecha a la eterna oposición. No busca tender puentes, establecer complicidades, crear consensos, desarrollar relaciones personales, sino estigmatizar a la mitad de la población, convertirlos en fascistas. Se imagina como Zapatero I el Libertador contra las fuerzas de la reacción y, cegado por una visión ideológica anclada en la Arcadia feliz de la II República, hace explotar todos los consensos de la Transición. La ley de la Memoria Histórica, la abolición de todas las leyes educativas anteriores, la ley del aborto, la asignatura de Educación para la Ciudadanía y el laicismo militante son los símbolos de esa opción política. Todos han generado polémica, crispación social y enfrentamiento ciudadano. Pero eso es precisamente lo que buscaba el presidente, pues le permitió durante la primera legislatura calificar al PP, y a diez millones de españoles, de ultraderecha.

La segunda, un corolario lógico de la anterior, fue despreciar la realidad económica. Cómo iba a permitir que su grandioso rediseño de España estuviese al albur de unos cuantos puntos de déficit público o de unos millones de parados. No se equivocó el líder visionario al estimar la magnitud de la crisis, sino que se nutrió del mismo celo mesiánico que llevó en otros tiempos a Arzallus a afirmar que los vascos pagarían gustosamente la independencia con su empobrecimiento. Pobres pero libres de las ataduras del Antiguo Régimen pudo muy bien haber sido el lema del gobierno durante 2007 y 2008, cuando la crisis empezaba a asomar por la segunda derivada de las cifras económicas y fue negada como conspiración judeomasónica, como la marcha de los 100.000 Hijos de San Luis. Cuatro millones de parados y otro millón largo de disfrazados de asistentes a cursos de formación son la consecuencia.

La tercera decisión personal es obviamente la reforma de los estatutos para configurar una España federal. Cataluña es en este sentido una anécdota. No es que el estatut no sea importante, sino que es solo la punta del iceberg. Consciente el presidente de que la reforma de la Constitución por los cauces legales era aritméticamente imposible, puso en marcha una operación por la vía de hecho, un golpe constitucional que tenía dos condiciones necesarias. La primera, la que parecía más fácil, la aquiescencia del Tribunal Constitucional, se ha empantanado porque esto no es Venezuela y todavía hay personas fieles a los principios. La segunda, que parecía más arriesgada, la generalización del proceso centrífugo en ámbitos de mayoría conservadora, está en marcha. Causa pavor leer cómo una diputada puede afirmar con orgullo que vota a favor de unos presupuestos que son malos para España porque son buenos para su Comunidad. Sin lealtad nacional no hay futuro. Pero Zapatero ha puesto de moda el Viva Cartagena, y parte del caciquismo español ha visto en ello su oportunidad. Es un daño permanente que sobrevivirá a cualquier sentencia del Constitucional. Esa es la España que ha creado el presidente.

Fernando Fernández

www.abc.es

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