Obama se dirigió ayer al país para reivindicar que en su discurso de toma de posesión de hace un año ya advirtió que EE.UU. «está en guerra contra una extendida red de violencia y odio», que era su forma de no querer reconocer que la «guerra contra el terrorismo» librada por la Administración Bush era una realidad ineludible.
El mismo día de su posesión ordenó el cierre de Guantánamo en un máximo de doce meses. Ahora ya ha reconocido que eso no es posible. Y ese mismo día el Departamento de Estado colgó en su web www.America.gov una entrevista con el embajador en Yemen, Stephen Seche, en la que reivindicaba la importancia de Yemen en el cierre de Guantánamo. Y de Yemen salió hace unas semanas, formado para atacar EE.UU., el terrorista Omar Faruk Abdulmutalab.
Pero ahora convendría recordar que el embajador Seche destacó que para el Gobierno era importante Yemen porque unos 100 de los 248 prisioneros que había entonces en Guantánamo eran yemeníes. Quería devolverlos a su país para que «se labren su futuro allí». Y añadía que «creemos que la mayoría de los detenidos pueden ser reintegrados» en la sociedad yemení. Considerando la información de la que disponía el gobierno norteamericano entonces, la afirmación era sorprendente. Más de una docena de los yemeníes retenidos en Guantánamo eran acusados por el Gobierno norteamericano de haber sido guardaespaldas de Osama bin Laden; tres cuartas partes de ellos habían sido entrenados en campos de Al Qaida y la misma proporción se había alojado en casas de huéspedes de la organización terrorista. Y quince fueron detenidos en operaciones contra altos cargos de Al Qaida.
Obama tiene buenas razones para decir ahora que combatirá el terrorismo en Yemen. Es lo que cambia casi un año de dura realidad.
Ramón Pérez-Maura
www.abc.es
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