Suele decirse que a los socialistas les gustan tanto los pobres, que los crean a millares. Es posible, pero el socialismo sólo está vinculado al estudio de la pobreza por aquello de la pauperización del proletariado. Más interesante sería analizar la relación realmente existente entre socialistas y clase trabajadora; esto es, cuáles son las políticas con que los socialistas protegen a quienes perciben la mayoría de sus ingresos en forma de salario. |
En general, los socialistas guardan una relación antagónica con el ahorro y las rentas del capital. Basta verles cómo retuercen en sus discursos la realidad para sostener que la crisis actual representa una oportunidad de oro para los capitalistas, quienes pueden aprovechar la ocasión para bajar los salarios e incrementar sus beneficios. Se preocupan por que el peso de las rentas del capital sobre el PIB haya aumentado; como si la ruptura de las cadenas financieras –el hecho de que haya cada vez más ricos y menos asalariados– sea algo que sólo puedan disfrutar unos pocos privilegiados.
Y sobre tales bases represivas, han organizado el nefasto sistema fiscal que padece la mayoría de los países occidentales. En el caso de esa ciénaga keynesiana llamada España, para 2010 el Gobierno socialista ha incrementado la tributación de las plusvalías desde el 18 al 21%. El resto de rentas, entre las que destacan de manera preferente las del trabajo, tributa de manera progresiva, situándose el tipo máximo de gravamen en el 43% (a partir de los 52.000 euros); dicho de otra manera: por cada euro que obtenga un trabajador en concepto de rendimientos laborales a partir de los 52.000 euros, 0,43 céntimos se los apropia Hacienda.
El socialismo devenido tercera vía se ha creído sus propias mentiras; se ha convencido de que la mejor manera de proteger a las clases trabajadoras consiste en crear un ineficiente y carísimo Estado de Bienestar... a costa de la riqueza que podrían haber acumulado a lo largo de toda su vida esas mismas clases trabajadoras.
Pensemos que, por lo general, el camino de un individuo sin recursos para enriquecerse y alcanzar una cierta autonomía financiera para por que consiga un trabajo remunerado, por que ahorre e invierta parte de esos salarios y, finalmente, por que reinvierta las plusvalías que le genere la inversión citada.
Al comienzo de su vida laboral, lo normal es que entre el 90 y el 100% de las inversiones de un trabajador procedan del ahorro de su salario. Al cabo de unos quince años, y gracias a ese proceso cuasi mágico que representa la capitalización a interés compuesto, la inversión procedente de las rentas del capital debería moverse en torno al 40-50%, y en torno al 80-90% al cabo de 40 años.
Así pues, el camino más fácil y universal para que los trabajadores dejen de serlo y pasen a ser capitalistas –tanto ellos como sus herederos, si la prodigalidad de éstos o los impuestos de sucesiones no lo impiden– consiste en que ahorren todo lo que les sea posible de sus salarios y lo reinviertan a tasas elevadas en los mercados de capitales.
Pero hete aquí que la fiscalidad promovida por los socialistas realmente existentes se fundamenta en la necesidad de la progresividad, y de subir con el tiempo el gravamen de las rentas del capital; pues bien, se trata de dos propuestas que atentan de lleno contra las justas expectativas de los trabajadores de abandonar su precario modo de subsistencia.
La fiscalidad progresiva merma las posibilidades de ahorro de aquellos trabajadores que durante unos pocos años obtienen unos rendimientos extraordinarios. Imaginemos un vendedor que consigue grandes comisiones por unas ventas extraordinarias (y tal vez irrepetibles) durante un par de ejercicios; o pensemos en aquellos jóvenes que pudieran optar por incrementar su jornada laboral durante un tiempo para conseguir salarios más elevados: todos ellos podrían lograr unos ahorros inusuales durante unos pocos años y así permitirse una rápida capitalización de su patrimonio. Pero, por culpa de la fiscalidad progresiva, cuanto más ingresa un trabajador, mayor porcentaje de sus rentas va a parar a las voraces arcas del Estado.
Lo mismo podría decirse de la creciente tributación de las rentas del capital. Con un gravamen del 20%, las plusvalías que pueden reinvertirse y capitalizarse se reducen precisamente en ese porcentaje, de modo que la capacidad de ahorro y crecimiento patrimonial también se ve severamente lastrada. Será necesario que los trabajadores ahorren y trabajen mucho más tiempo para amasar un patrimonio razonable del que obtener rentas suficientes para llegar a sustituir a su salario.
En definitiva: el socialismo condena a los proletarios a seguir malviviendo durante toda su vida con unas exiguas rentas laborales a cambio de las migajas que caigan de cortar el pan en la mesa del Estado de Bienestar. Odian tanto a los trabajadores como para impedirles prosperar y abrirse camino. Será que nunca han comprendido cómo funciona realmente el mercado, y por eso contemplan la Bolsa no como la esencia misma del capitalismo, sino como un casino lleno de especuladores. Pobres de ellos... y de nosotros.
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