terça-feira, 13 de julho de 2010

Saramago y la derecha que renuncia a la cultura (y así le va)

Santiago Carrillo.
Hace pocos días disfruté de algo que ya creía enterrado en el pasado: la típica discusión entre el purista y el tibio, entre el estalinista de estricta observancia y el eurocomunista, Enrique Líster contra Santiago Carrillo.


El acusador se describe como "bolchevique" y en pleno siglo XXI y denuncia al tibio por traidor a la causa comunista, derechista camuflado. El acusado se defiende afirmando su inocencia: "Yo no soy en absoluto de derechas. No lo soy ni por educación, ni por familia, ni por temperamento, ni por inclinaciones, ni podría serlo nunca". Lejos de mí ese sambenito, antes muerto que de derechas.

A estas alturas se preguntarán qué panfleto comunista cayó en mis manos. ¿Mundo Obrero? ¿Unidad y Lucha? ¿Combate Socialista? Nada de eso: el bolchevique Rafael Reig y el socialista con rostro humano Andrés Ibáñez dirimían su pureza izquierdista el pasado 19 de junio en las páginas de ABC Cultural, donde ambos gozan de columna fija. Ah, bueno, ABC Cultural, esa concesión a la izquierda (porque, al fin y al cabo, la cultura es de izquierdas, ¿no?) donde se jalea a quienes asesinaron a los que trabajaban en el propio ABC. Lo mejor es no leerlo, pensarán algunos. Y eso hice.

Abandonadas las deliciosas diatribas entre comunistas y socialistas de diferente obediencia, hinco el diente al periódico de derechas de toda la vida, el propio ABC. Todo va bien (es de justicia reconocer su magnífico elenco de columnistas, que aquel día también brillaron)... hasta que llegamos a las páginas de Cultura..., sí, la maldita cultura. Y nos encontramos con que el también comunista, entusiasta y de los duros, de los que piensan que el Gulag es una patraña capitalista y hacen vudú a un muñequito barbudo que recuerda a Solzhenitsyn, el escritor José Saramago, ha fallecido. En las cuatro páginas que el periódico le dedica encuentro los siguientes comentarios: "La lucidez de la prosa militante", "Su narrativa es un emocionante ejemplo de inteligencia y compromiso", "Quiero destacar su imagen de honestidad, coherencia, que tanto falta hoy en día. Nos ha dejado una lección ética como persona" (Luis Landero), "Dicen que José Saramago era un escritor polémico. Es cierto. Son polémicos los escritores que con osada visión del futuro interpelan a los hombres y los poderes de su tiempo" (Carlos Reis), "Era un leninista (...) alguien profundamente honesto con su ideario, que jamás abdicó de sus ideas, ni tan siquiera tras el desmoronamiento de la Unión Soviética" (Basilio Losada), "Ha demostrado que ética y estética van de la mano" (Ángeles González-Sinde). No abundaré más; el tono hagiográfico se desborda, ¡santo súbito! ¿Y aún hay quien echa de menos el desparecido Pravda?

Para acabar de remachar la beatificación, eso sí, laica y comunista (sólo faltaba que lo embalsamasen y lo enviaran junto a su querido Lenin a la Plaza Roja), uno de los columnistas fijos (porque hasta ahora se trataba sólo de invitados especiales), Ignacio Camacho, escribe: "Saramago era un homo eticus; un pesimista aferrado a su terca conciencia moral frente al relativismo de la postmodernidad", para acabar su columna sosteniendo: "Lo de menos era si llevaba o no razón en sus ideas; importa la coherencia, la lucidez y la integridad con que las defendió en una sociedad que hace tiempo las ha abandonado". ¿Ética en un doctrinario dogmático e indiferente, fanatizado por la ideología que mayor número de seres humanos ha asesinado? ¿Coherencia como la de Joseph Goebbels, ese hombre que expuso sin trampa sus planes y los ejecutó con toda la coherencia del mundo? A estas alturas ya me había desembarazado también de la edición del ABC del sábado 19 de junio y de todas sus obscenidades, no fuera a caer en manos de alguno de mis hijos.

Fue Lenin, ante cuya sola mención Saramago se derretía de gusto, quien dijo aquello de que los burgueses venderán la soga con la que serán ahorcados. A la espera de que alguien les pida la soga, por ahora se contentan con venderles argumentos y envenenar las ideas del desprevenido lector de derechas de toda la vida. Por suerte, el Osservatore Romano decidió olvidarse por un día de los Beatles y recordó que este "populista extremista de ideología antirreligiosa y anclado en el marxismo" había "olvidado el recuerdo del Gulag, de las purgas, de los genocidios" y "no se dejó nunca abandonar por una incómoda simplicidad teológica". Tampoco el presidente portugués Cavaco Silva ha caído en el papanatismo de nuestra derecha que se resiste a decir su nombre: no asistió a un funeral que algunos querían convertir en funeral de Estado. Pero tanto Roma como Lisboa están lejos, muy lejos, cada vez más lejos de España (en cambio, Caracas y Estambul se nos antojan cada vez más cercanos). Aquí Gramsci y su hegemonía cultural han ganado por goleada (por cierto, la goleada del Portugal natal de Saramago a la muy ortodoxa comunista Corea del Norte fue una falta de delicadeza imperdonable). Por eso, aquí en España, gane quien gane, siempre perdemos.

© Fundación Burke

Jorge Soley Climent

http://revista.libertaddigital.com

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