sexta-feira, 3 de setembro de 2010

Yo te exploto, tú me explotas, ellos votan ZP

Karl Marx.
El marxismo murió oficialmente, pero su doctrina sigue instigando las decisiones políticas de las sociedades modernas, dicho sea en honor de la más perversa secta utópica que jamás ha creado el hombre.


Con el llamado "estado del bienestar", nuestra vida está sometida a una nueva forma de dialéctica entre explotadores y explotados en la que, a diferencia del siglo pasado, con los vagos pero útiles conceptos de burguesía y proletariado, ya no se sabe en qué lado está cada cual.

Todos somos expoliados, en mayor o menor medida; a cambio, recibimos porciones de la riqueza esquilmada a otros, en función de nuestra situación particular. Si eres joven, tienes subvenciones para alquilar una vivienda; si eres anciano, ayuda para la dependencia; si tienes hijos, te dan un cheque para comprar libros de texto; si no los tienes pero cambias de coche, accedes a un supuesto descuento, pagado con dinero público. Y así hasta el infinito.

Las posibilidades para trincar dinero ajeno son inagotables, porque la socialdemocracia nos ha convencido de que el papel del estado no debe limitarse a garantizar la seguridad física y jurídica de los ciudadanos. La consecuencia es que tenemos que soportar a legiones de políticos sin escrúpulos que, arrogándose unos derechos que nadie les ha concedido, deciden diariamente cómo debemos conducir nuestra vida, so pena de severas sanciones. Semejante actitud mafiosa provocaría un rechazo espontáneo si no fuera porque, al investirse de los poderes del estado, sus chantajes adquieren una legitimidad de la que su moralmente carecen.

La mayoría de estos personajes no han hecho jamás nada útil en su vida. No han creado un negocio ni han trabajado duro para granjearse un futuro con la única ayuda de su esfuerzo y su talento. Simplemente han tenido la habilidad de medrar en el partido y aprender a decir de corrido, en muchos casos con serias dificultades, las frases vacías que todos estamos hartos de escuchar. Los partidos políticos son la nueva superestructura; pero, a diferencia del orden económico de libre mercado, nadie quiere desmontarla.

Tan es así, que han logrado convencernos de aberraciones tan groseras como la necesidad de que existan diecisiete miniestados en un país tan pequeño como el nuestro, que hasta el día de hoy nadie sabe para qué sirven, salvo para colocar a los más torpes del partido, aquellos que no pueden desempeñarse con un mínimo de decoro siquiera en un panorama tan poco exigente como el de la política nacional.

Estamos en la ruina. Los ayuntamientos quiebran y las comunidades autónomas se ahogan en un fangal de deuda pública que ya nadie quiere comprar, pero eso no les impide seguir abriendo embajadas en el exterior para colocar a los familiares que ya no caben en los miles de empresas públicas nacidas al calor del invento autonómico.

Y todo es aceptado a mayor gloria del trinque compartido. La subvención es el riego por goteo que mantiene frondoso el cultivo de votos que los políticos recolectan cada cuatro años. Nadie quiere subvertir el orden establecido, porque todo el mundo quiere seguir compartiendo las migajas que el gobierno arroja, y así nos hacemos la falsa ilusión de que sólo roba a los demás.

En fin, que, salvo cataclismo natural, vamos a seguir consumiéndonos mutuamente, y la gravísima crisis económica que azota a las instituciones, lejos de moderar las ansias de rapiña, las va a exacerbar. Ocupen posiciones y disfruten mientras puedan.

Pablo Molina

http://findesemana.libertaddigital.com

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