El antiyanquismo es una moda intelectual apenas aliviada por la llegada de Barak Hussein Obama, y de la que sólo Rodríguez Zapatero parece haberse apeado últimamente por la gracia de Dios. Son muy lógicos los celos del presidente Sarkozy porque quiere ser el muerto en el entierro y la novia de la boda, y también es normal en él, pues a la postre Haití fue la más importante colonia francesa en el Caribe aunque su descolonización fue mala, y ni siquiera dejaron un mestizaje con los esclavos que sirviera de elite. Ni Francia, ni la UE, ni Brasil y, por supuesto, Nicaragua, tienen capacidad militar para depositar en Port au Prince en 48 horas 25.000 hombres y mujeres, soldados, médicos, ingenieros y logistas. Las flaquísimas autoridades haitianas han consentido esta «invasión» a todas luces necesaria, porque el brutal terremoto lo que ha levantado es el velo que cubría el estado fallido, como la corrupción política y policial, el latrocinio gubernamental, la ausencia de democracia, y la inexistencia de infraestructuras, o de la Justicia. Los herederos de los ton-ton macautes continúan en bandas asesinando por las calles tal como en Somalia, otro estado inexistente, donde campean los señores de la guerra y los piratas, con un primer ministro que vive en una casa de Mogadiscio sin atreverse a pisar la calle.
Hay varios países en estas condiciones, pero los citados son paradigmáticos. Si las Naciones Unidas tuvieran prestigio (que no lo tienen), consenso y dinero, Haití debería convertirse en un fideicomiso de la Organización, pero nadie quiere meter la mano en ese hervidero, ni Sarkozy, ni Ashton, ni Lula y tampoco el comandante Ortega, que se ha hecho católico para hacerse más antiamericano. Obama, con dos guerras en marcha, ha sido generoso con este pueblo, y el desembarco en Haití será pagado por los contribuyentes americanos. Criticar este desembarco es propio de quienes aborrecen hasta la Coca-Cola por razones ideológicas.
Martín Prieto
www.larazon.es
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