La situación de Haití es uno de esos momentos críticos en los que hace falta un fuerte liderazgo, y Estados Unidos está actuado consecuentemente con su papel de gran potencia. En cuestión de horas decidió el envío de 3.500 soldados de la 82 División Aerotransportada, otros 2.200 marines de la Unidad Expedicionaria; un grupo de preparación anfibio con tres barcos; el portaviones USS Carl Vinson con 19 helicópteros, 51 camas de hospital, tres salas de operaciones y centenares de litros de agua potable en sus almacenes; y el buque hospital USNS Comfort –la llegada más esperada–, con centenares de médicos y una enorme cantidad de material. Se anunció un fondo de ayuda inmediata de 100 millones de dólares y un día después del terremoto, las Fuerzas Aéreas estadounidenses operaban el aeropuerto de Puerto Príncipe para acelerar el suministro de la ayuda. La Casa Blanca ha llevado a cabo un inmenso esfuerzo –que superará la cifra de de 10.000 soldados destacados en Haití– gracias a su increíble capacidad militar que, dicho sea de paso, la administración de Obama se propone reducir en la próxima revisión de los planes de defensa.
Otra imagen totalmente distinta es la ofrecida al otro lado del Atlántico. En una lánguida, breve y tensa rueda de prensa de la nueva y poderosa alta representante de la UE, Catherine Ashton –la jefa de política exterior de los Veintisiete– aseguraba que los haitianos podían contar con Europa, si bien ni ella misma conocía la ayuda movilizada y además dejaba entrever que le resultaba prematuro visitar Haití. Entretanto, era el presidente Nicolás Sarkozy quien proponía una conferencia de donantes para la reconstrucción, sin que ni el nuevo presidente del Consejo Europeo Herman Van Rompuy, ni la Presidencia española, ni lady Ashton tuvieran ninguna información sobre ello. Mientras, el Consejo extraordinario de Asuntos Exteriores de la Unión Europea tanteaba la petición informal de Naciones Unidas de enviar una misión de gendarmería para supervisar el reparto de la ayuda sin llegar a ninguna conclusión. ¿De qué sirve entonces la aclamada "experiencia de la UE" con misiones policiales y labores de logística? Haití está siendo la primera prueba de la nueva estructura de Exteriores de la Unión, reforzada con el Tratado de Lisboa y una oportunidad para cómo va a funcionar. De momento, la apariencia y la poca eficacia son las mismas que antes, con muchas voces y poca determinación.
Estados Unidos está siendo el pilar fundamental de la ayuda a Haití cuyo Gobierno –sin estructura alguna a raíz del seísmo– ha reconocido que no tiene capacidad para distribuir todos los alimentos que ha recibido de la ayuda internacional. Pero los estadounidenses tampoco podrían librarse esta vez de ser censurados por "ocupar" el país. Una acusación vertida de forma previsible por los presidentes de Venezuela y Nicaragua, pero que también ha llegado del otro la lado del Atlántico de la mano del secretario de Estado para la Cooperación francés, Alain Joyandet.
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