Dice Manuel Castells que toda elección es una lucha entre el miedo y la ilusión: el resultado dependerá de quién elija cada bando y la situación del campo de batalla. En las elecciones chilenas, el escenario se ha presentado con toda crudeza: se optaba entre un proyecto de cambio, tras el agotamiento de Concertación, después de veinte años en el poder, y el miedo al fantasma de Pinochet y una caricatura de la derecha que no se parecía en nada al modelo presentado por la Coalición por el Cambio. |
Quizás lo primero que sorprenda a cualquier observador ajeno a la política chilena sea ver cómo la Concertación, el partido de la presidenta Bachelet, que contaba con un 80% de aprobación popular, ha podido desaprovechar esta ventaja y salir derrotado en la contienda. Esta situación se entiende mejor si se conoce la desconcertante asimetría entre la espectacular aprobación de la presidenta, la de su gobierno (40%) y la de su partido (20%). Algo que la propia Bachelet detectó prácticamente al principio de su mandato, y que le llevó a impulsar una forma de hacer política ajena a los partidos, algo que, junto a la buena gestión de la crisis, que le permitió gozar de esos niveles de apoyo pero que contribuyó a que la imagen de su partido y su gobierno tocara fondo.
Esta crisis de confianza en el partido que ha dominado la política chilena desde 1999, y que quedó reflejada en el triunfo aplastante de Sebastián Piñera en la primera vuelta, no garantizaba el éxito de un proyecto político que desde la llegada de la democracia no había gobernando en Chile, y así lo ha demostrado el ajustado resultado. De ahí que, desde que se conocieron los contendientes de la segunda vuelta, el equipo de Eduardo Frei pusiera aún más énfasis en su estrategia del miedo, vinculando el proyecto de la Coalición con la dictadura de Pinochet y señalando la fortuna de Sebastián Piñera, y sus diversos intereses empresariales, como una amenaza no sólo para el Estado social, sino incluso para el Estado de Derecho; le pintaba como un Berlusconi latinoamericano que amenaza la pluralidad informativa.
La gran incógnita era saber si los 1.379.219 votantes de Marco Enrique Ominami, candidato disidente de la Concertación y conocido popularmente como MEO, eran votos progresistas o votos por el cambio, y si bien parece que la mayoría se decidió finalmente por el candidato de la Concertación, la denuncia del cansancio del modelo sobre el que se ha sostenido el gobierno que caracterizó su campaña ha tenido un efecto neutralizador de la dinámica del miedo –que hace 5 años se denominó el "mal menor"– y proporcionado al candidato liberal-conservador más de 500.000 votos, que le han bastado para superar el 50% de los apoyos.
Esta vez el mensaje de cambio ha tenido más fuerza que el enfrentamiento ideológico. Siguiendo con las categorías de Castells, podríamos decir: en una situación económica estable, la ilusión pudo con el miedo.
Una de las novedades de esta campaña ha sido la utilización masiva de herramientas tecnológicas. Los principales candidatos han hecho un extraordinario uso de la red; no sólo para informar, sino para conversar y movilizar a sus simpatizantes. Con presencia en las redes sociales más implantadas en el país (Facebook, Twitter, Youtube, Flickr y Fotolog), han mantenido una comunicación abierta y constante con los ciudadanos, como ha quedado de manifiesto en los numerosos debates y foros multidireccionales que protagonizaron.
En este punto destacan especialmente dos estrategias: la de Marcos Enríquez Ominami, quien utilizó la red para pasar de una candidatura prácticamente sin expectativas y desconocida para la mayoría de los chilenos (la mayoría de las firmas posibilitadotas de su candidatura se logró a través de internet) a obtener el 20% de los votos en la primera vuelta; y la de Sebastián Piñera, que se sirvió de la red para quebrar el estereotipo que le asociaba a la época más oscura de Chile y afirmar su imagen de candidato abierto, con propuestas... Abrió múltiples canales no sólo para escuchar, sino para conversar con sus simpatizantes, con estrategias que tuvieron en cuenta a todos los segmentos poblacionales y un mensaje que caló hondo en los chilenos: yo voté por el cambio.
La alternancia en el poder es una de las muestras más evidentes de madurez democrática, y aunque los resultados parecen consolidar la transición democrática iniciada hace 20 años, algunos ya se han apresurado a señalar que el reto de Chile es consolidar una nueva derecha, algo que no deja de ser sorprendente... un día después de que la derecha haya ganado las elecciones. La Coalición, con un líder alejado de la imagen tradicional de la derecha chilena y un historial democrático intachable, supo reinventarse, refundarse, presentándose ante la sociedad como una formación unida, con un proyecto, con ideas que van más allá de la conquista del poder. (Algo que a mí me recuerda mucho a la refundación del Partido Popular y a la labor de José María Aznar durante la década de los 90).
En mi opinión, es la Concertación, que ha gobernado el país durante los últimos 20 años, que se ha demostrado un proyecto agotado, dividido y sin un verdadero proyecto nacional, incapaz de plantear nuevas alianzas, nuevos objetivos, nuevos liderazgos, la que deberá iniciar un proceso de refundación, que auguro largo y doloroso y que ha empezado hoy mismo, con la petición de renuncia de los presidentes de los principales partidos de la Concertación. Deberá ser una renovación de ideas y de personas. Ayer, mientras se conocían los resultados, las profecías que tienen forma de dominios en internet empezaron a volar apuntando a Michelle Bachelet, Patricio Alwyn o Insulza, pero más bien parece que, solucionada la afrenta de MEO a los votantes de la Concertación, estas elecciones suponen el final de una generación política, ¿la de la transición?
Aunque algunos señalan que los resultados de las elecciones celebradas ayer dejan el país dividido, la realidad es que no hay una gran diferencia con otros resultados; la que ha obtenido Piñera es una ventaja ligeramente inferior a la obtenida por Bachelet en 2006, y superior a la de Lagos en el año 2000. La realidad es que Piñera se encuentra con un país líder en América Latina, con una democracia estable, unas instituciones sólidas y una economía saneada. Tras la llegada de la democracia, Chile ha demostrado una madurez y una capacidad singular que le ha permitido convertirse en modelo para sus vecinos.
Las enormes posibilidades humanas y naturales del país hacen que los chilenos estén deseosos de dar el salto a las grandes ligas, jugar en la Champions. En lo político, eso pasa por la consolidación de las instituciones (en la que la alternancia desempeña un papel importante) y la modernización del Estado; en lo económico, por la consecución de la equidad social y el desarrollo sustentable. Chile esté abocado a un cambio de ciclo, y, aunque hablar de reforma constitucional resulte precipitado, tras la Constitución de 2005, en la sociedad existe un amplio deseo de cambio.
Sebastián Piñera ya ha empezado a trabajar. Entre sus proyectos se cuenta la lucha contra la pobreza –con la fundación del Ministerio de Desarrollo Social, que pondrá en marcha el Ingreso Ético familiar, que va a beneficiar a un millón de familias, y la creación de 200.000 nuevos y buenos puestos de trabajo al año en el período 2010-2014–; una reforma tributaria para bajar los impuestos a las pymes; la incorporación de 10.000 nuevos policías al combate contra la delincuencia; la creación de una red de 50 liceos mixtos de excelencia en las principales ciudades; la construcción de 10 hospitales concesionados y 76 consultorios; la entrega de 600.000 soluciones habitacionales, el acceso a una licencia de maternidad de hasta 6 meses y una serie de medidas para mejorar la participación ciudadana y la transparencia que incluirán la inscripción automática, el voto voluntario y las primarias para la elección de los dirigentes políticos. Además, ya ha encargado a un grupo de 15 asesores, coordinados por Cristian Larroulet, un informe sobre las medidas que el gobierno pondrá en marcha durante los primeros 100 días, y que será entregado en los próximos días. El objetivo es adecuar los objetivos programáticos planteados por los grupos Tantauco a las necesidades inmediatas de la población, especialmente en Seguridad, Hacienda, Obras Públicas, Trabajo, Vivienda, Salud, Educación, Defensa y Relaciones Exteriores.
El gran reto del nuevo equipo de gobierno será demostrar su eficacia en temas como los citados, y que, en ellos, los que van de progresistas no tienen el monopolio de nada.
Rafael Rubio
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