De Francisco de Miranda dijo Napoleón que era un Quijote sin locura que llevaba fuego en la sangre. La verdad es que Miranda es un personaje histórico de un interés y de una relevancia tan excepcionales que no comprendo cómo no es más conocido del gran público, sobre todo en España, de donde procedía -su padre fue un acaudalado comerciante canario afincado en Venezuela-, pues aunque se rebeló contra la Madre Patria con un fervor y un odio desmedidos, no por ello deja de ser una figura hispánica típica y tópica, revestida de ese quijotismo que le atribuyó Bonaparte y del que nunca pudo desprenderse del todo. Al menos Fermín Goñi sí ha sabido entregárnoslo entero y verdadero en las casi cuatrocientas páginas de «Los sueños de un libertador», una apasionante novela que se lee con la sensación de autenticidad que transmite lo real, pues la propia vida de Miranda fue tan intensa y novelesca que no hay necesidad de aderezarla con vacuos adornos retóricos, ni decorarla con ficciones que nunca alcanzarían el grado de fascinación que emana de su biografía.
Miranda creyó en la Gran Colombia, una especie de Estados Unidos de América del Sur, pero las disensiones internas de los diferentes caudillos de la Revolución antiespañola convirtieron la idea unitaria del caraqueño en el hervidero de repúblicas que constituye hoy el mundo hispanoamericano. Ya en 1810, según leo en la portada de un libro que me ha regalado José del Río Mons, se escribía en Boston (Massachusetts) sobre el general Francisco de Miranda y su «attempt to effect a Revolution in South America». Sólo falta que este genial visionario que murió en La Carraca (Cádiz) en la cárcel y que siempre viajaba con varios miles de libros como equipaje, cale en el corazón de muchos más españoles, como lo ha hecho en el del navarro Fermín Goñi a juzgar por su magnífica y documentadísima novela.
Luis Alberto de Cuenca
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