quarta-feira, 20 de janeiro de 2010

Haití, ese infierno

Lo único que le falta a Haití es que norteamericanos y europeos se líen a tiros por la distribución de la ayuda, con los «cascos azules» como espectadores, que es lo que vienen haciendo. No ocurrirá, desde luego, porque los norteamericanos dominan los puertos y los aeropuertos, las pocas comunicaciones y la escasa energía que hay en el país. ¿Está dispuesta Europa a enviar 13.500 soldados, un portaviones, un barco-hospital, dos aviones hospitalizados, 250 médicos, 150.000 raciones diarias de comida y una larga lista de ayuda de emergencia? Europa se limita a enviar dinero, víveres, medicinas y voluntarios, que muchas veces no pueden realizar su meritoria labor por impedírselo el caos reinante, a los que se ha unido nuestra vicepresidenta, para lucir otro modelito en cada aparición. Nada de extraño que tanto el gobierno como el pueblo haitiano se pregunten: ¿cuándo llegan los norteamericanos?

La realidad haitiana no es la de una zona devastada por unas inundaciones, ni se resuelve con más ayuda, por grande que sea. Es la de un Estado, como decía el lunes Gabriel Albiac en estas páginas, que no existe porque en realidad no existió nunca como tal, es decir, como garante de la seguridad, la ley y el orden en su territorio. Le ocurre lo que a tantos otros países del Cuarto Mundo, en África especialmente, sin instituciones, recursos ni garantías, en manos de señores feudales, plutócratas, bandas o mafias que se dedican al pillaje, la extorsión, el narcotráfico o la piratería, con riesgo continuo para todos.

Naturalmente que necesitan ayuda. Pero la ayuda no es su principal problema, No sé si saben -yo no lo sabía- que Haití es el país con más ONG per cápita del planeta. El que tiene también más presencia de la ONU en funcionarios y servicios. Pero todas esas ONG, servicios y funcionarios han servido únicamente para mantenerlo en un nivel ínfimo de subsistencia a lo largo de las últimas décadas. Haití sigue siendo el país más pobre de América y uno de los más pobres del mundo. Es decir, que todas esas ayudas no han cambiado lo más mínimo su trágica realidad. E incluso en estos momentos, cuando más la necesita, esa ayuda ni siquiera llega a quienes dependen de ella para subsistir, al no existir los canales necesarios para distribuirla. Mientras los donantes discuten sobre quién se lleva la medalla de benefactor.

Haití, el Estado que nunca fue, nos descubre brutalmente uno de los mayores fracasos de nuestro tiempo: la ayuda a los países en desarrollo, que tampoco lo es. Mañana les hablaré de ello con la debida amplitud.

José María Carrascal

www.abc.es

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