La elección de Sebastián Piñera culmina la Transición chilena, pero ha quedado difuminada por la tragedia de Haití y por los problemas de la economía española. Es comprensible porque la primera apela a los más nobles instintos humanos y desvela las más bajas pasiones políticas, siempre dispuestas a la carroña para arañar algunos votos. Y los segundos no paran de dar titulares: Zapatero recordando a Barreiros con su coche eléctrico y resucitando el INI como modelo de fututo, y Pedro Castro animando a los municipios a la rebelión fiscal y a gastar sin límites. Es comprensible, pero me parece inconveniente porque las elecciones chilenas traen importantes lecciones. Déjenme que les cuente dos que son de inmediata aplicación a España. Hay una tercera de ámbito más regional, tan obvia que basta con formularla: la economía de mercado es la mejor manera de salir de la miseria y el subdesarrollo. Bastaría si se permitiese existir a la sociedad civil en países como Argentina o Venezuela y si no se practicase el capitalismo de Estado, la maldición de todos los países ricos en recursos naturales.
La primera lección es que no se puede excluir permanentemente del gobierno a la mitad de la población apelando a su pecado original. Las democracias maduras y las sociedades dinámicas no lo aguantan. Apenas hace veinte años del referéndum que perdió Pinochet y muchos de sus protagonistas están aún vivos; allá no están hablando de sus abuelos. Quizá por eso están decididos a mirar al futuro, y las campañas electorales basadas en recordar las viejas heridas tienen poco éxito. La Concertación, ese híbrido entre la UCD y la Junta Democrática, ha traído los mejores años de la historia chilena en cualquier indicador de bienestar social, crecimiento económico y desarrollo humano. Pero no es suficiente para el futuro, porque veinte años son muchos. Dicen que ha caído en la complacencia. Será verdad, pero creo que ha sido víctima de su propio éxito. Ha desaparecido la razón que justificaba su existencia, como le pasó a UCD en su momento y le está pasando a la naturaleza jurídica de las Cajas de Ahorros. Fin de época que es difícilmente comprensible por sus protagonistas, que tienden humanamente a resistirse ante la desaparición de su mundo. Porque Chile ya no se divide afortunadamente entre pinochetistas o allendistas, sino entre socialistas y liberal-conservadores. La referencia para ser de derechas o de izquierdas ya no es Pinochet, como no lo es Franco en España, por mucho que algunos se empeñen, sino cómo responder a la globalización y al binomio libertad-igualdad. Lección para el gobierno: recrearse en el pasado y estigmatizar a la oposición es una estrategia condenada al fracaso, a plazo.
La segunda lección es que el éxito en la gestión económica no garantiza la reelección porque los gobiernos se agotan, pierden el impulso creativo y el contacto con las necesidades y aspiraciones de la población. La gestión económica de la Concertación ha sido buena. Su acierto fundamental consistió en rehuir el adanismo y mantener una política económica -ortodoxa en lo fiscal, rigurosa en lo monetario y siempre liberal en temas comercial y de mercado interior- que había sido definida y aplicada por los Chicago boys con Pinochet. A estos le sucedieron los Harward boys de la Concertación, que le dieron un toque más redistributivo y regulatorio al capitalismo asiático que estaba naciendo en el cono sur. El resultado es que Chile ha dejado de crecer tanto, y por tanto de crear empleo y oportunidades sociales, y ha recurrido a las transferencias sociales para crear riqueza. Todo ello en el margen que diríamos los economistas. La lección es obvia, en este caso también para la oposición: la economía por sí sola no determina el resultado electoral, aunque ayuda. Hace falta un proyecto ilusionante, una idea de país atractiva y novedosa, un catalizador del cambio.
Fernando Fernández
www.abc.es
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