Los que sean de cultura afrancesada me entenderán enseguida. Albert Camus (francés de Argelia, como a él le gustaba definirse) resultó ser el polo opuesto a lo que Dominique Noguez definió irónicamente como le grand écrivain (el gran escritor). |
Ejemplos de gran escritor:aquellos que han hecho de su nombre una marca catedralicia, los que rinden pleitesías, reparten prebendas y crean adhesiones. Aquellos a los que el gran público puede nombrar sin haberlos leído. Para atenerme a la época de Camus, estaríamos hablando de Gide, de Sartre o de Valéry. En suma, los que después de la segunda guerra mundial fabricaron con cierta arrogancia el intelectual total.
Recuerdo vagamente que Robert Musil, en El hombre sin atributos, precisaba con su habitual mal café que un escritor de éxito debía al menos disponer de un coche para transportar cómodamente su inteligencia nacional allende las fronteras. Coche, pues, para los maîtres á penser; y con él podrán transitar por la sociedad del espectáculo, como tan certeramente profetizó el situacionista Guy Debord en 1967.
Pues bien, Albert Camus (1913-1960), que obtuvo el premio Nobel de Literatura en 1957, fue hasta el final de su vida ese hombre discreto, obsesivamente inquieto, que, por apego a sus orígenes africanos, revistió su talento con una capa de humildad, como lo hacen los bereberes para protegerse de los vientos y el frío del desierto. Como lo hizo San Agustín, a quien dedicó parte de sus estudios de filosofía.
Los últimos días de la vida de Albert Camus es un libro minúsculo de José Lenzini. Basta con 143 páginas para contornear sobradamente al autor que se comió el siglo XX francés. Lenzini conoce muy bien a Camus. Le ha dedicado varios libros. Lo quiere. Y se nota. El abordaje es sentimental, y lo es en el mejor de la palabra. Lenzini recrea, basándose en testimonios, lo que pudo pasar hace exactamente 50 años:
El 4 de enero de 1960, el Facel-Vega que conducía el riquísimo Michel Gallimard (sobrino del gran patrón Gaston Gallimard) se estrelló contra un árbol. Mató al escritor en el acto. Una recta había animado a Michel a pisar el acelerador, la carretera helada hizo el resto. Segundos antes, Camus preguntó por el nombre del pueblo al que iban acercándose. Petit-Villeblevin, contestó Michel. Silencio en el coche. Camus oye los neumáticos patinar, tensa sus piernas instintivamente, no ve nada, "¡Endereza… Ende…!" grita.
Así de tonta, así de absurda, la muerte súbita. Encontraron en el bolsillo de nuestro hombre un billete de tren. Cambió de idea para no hacer un feo a Michel, pues ya no le quedaban apenas amigos. Tenía 47 años.
La radio francesa rompe la jornada de huelga para dar la noticia. Periodistas argelinos se agolpan en el 93 Rue de Lyon, en el quartier pauvre de Argel donde vive la madre. Ella nunca quiso separarse de su país, ni de su ciudad.
Este año será sin duda para la literatura franco-argelina el Año Camus. El libro de Lenzini es una invitación para leer o releer al autor de El extranjero, La peste, El hombre rebelde. Camus se relee muy bien. Y no sólo si se es un afrancesado de mi generación. Retomar su lectura y disfrutar de la versatilidad de su actividad intelectual: qué buena forma de empezar esta nueva década.
Hay en su prosa un elemento conmovedor propio de la tradición de los moralistas franceses clásicos, donde los movimientos soterrados del alma quedan, sin embargo, potenciados en la superficie de la escritura. Eso es lo que encontramos en Camus: la sobriedad estilística, la contención descriptiva de los sentimientos, el frontal rechazo al vuelo inconsistente de la retórica. Nos transmite la energía hedonista de lo que denominó "el pensamiento del Mediodía". Todo ello hace de él uno de los grandes –sin haber querido serlo jamás–; bien hubiera podido morar en el Panteón junto con Fénelon o Voltaire, por citar a los clásicos del Frontispicio del célebre cementerio republicano. El presidente Sarkozy así lo propuso. Pero no podrá ser.
Lenzini entreteje en tono intimista los episodios del escritor, seducido tempranamente por la fraternidad del comunismo, en la Argelia de 1936, del que huye apenas un año después. Luego vendría París, otra fraternidad, más elitista, la del círculo sartriano. Otra ruptura. Vendría el dedo acusador de la izquierda intelectual parisina, que sin ser abiertamente comunista no puede escapar, sin embargo, de su irradiación esperanzadora, en plena Guerra Fría. Camus fue excomulgado definitivamente tras la publicación de El hombre rebelde, en 1952. Hubo quien dijo que era exponente de "una desoladora indigencia de pensamiento" (v. Lenzini, página 129).
La crítica, escrita por Sartre pero firmada por Jeanson y publicada en Les Temps Modernes en mayo del 52, es demoledora y violenta. Traspasa el terreno de la amenaza: "A pesar de todo, si yo fuera Camus me parece que me sentiría inquieto". La respuesta de Camus será contundente: "En fin, si me pareciera que la verdad está en la derecha, sería de ellos" (Olivier Todd, Albert Camus, una vida, Tusquets, 1997, página 565).
En esas páginas subyace el drama de los campos de concentración en la Unión Soviética, nunca explícitamente reconocido por la izquierda intelectual. El recorrido que hace Camus sobre las revoluciones y sobre el ejercicio del Terror de Estado como elemento constitutivo de la propia dinámica revolucionaria sellará la ruptura definitiva entre los dos filósofos. "Usted ha elegido la derrota y ha puesto tono para describirla", escribirá Sartre.
Camus percibe el acto reverencial, la genuflexión, la servidumbre voluntaria de los intelectuales. Él es ya el hombre rebelde que rechaza el universalismo comunista. Y se siente frágil, inseguro, como siempre. Con fuertes crisis de angustia. "En presencia de intelectuales, tiene siempre la impresión de tener algo que hacerse perdonar", apunta Lenzini. Camus, el apestado, rehuye los paseos por Saint-Germain des Près. Ya no se sienta en las terrazas del Dôme o de La Coupole. "Lo mejor que puedo hacer es callarme, taparme los oídos y tratar de trabajar", escribe a Francine, su mujer.
El 4 de enero de 1960, Camus se adormece en el deportivo de Gallimard mientras repone fuerzas, como Sísifo. Como su héroe absurdo, se sabe condenado al eterno castigo de situarse en la marginalidad ideológica. Pero como Sísifo, adueñándose de esa certeza, de ese destino sempiternamente cargado de soledad, vence a la propia derrota.
Y aquí está el punto de unión, el nexo camusiano que cierra su primer libro, El mito de Sísifo (1942): "La sabiduría antigua se junta con el heroísmo moderno".
Camus sigue callado en el deportivo mientras recorre, a modo de testamento visual, su vida afectiva, llena de mujeres, algunas sabias, otras depresivas, también las hay talentosas. Como María Casares: "A bientôt, ma superbe". Fue su última nota. (v. Lenzini, página 30). Aprecia la amistad dulce y contenida de las mujeres, como anota en su diario (Carnets). Vive las noches de jazz en Le Tabou con Boris Vian. Agradece el apoyo que recibió de Maurice Druon en la revista La Nef en noviembre de 1957, tras recibir un nuevo ataque frontal, esta vez por su renuencia a aceptar las propuestas del FLN para la independencia de Argelia. Camus piensa en su familia y en los numerosísimos europeos de Argelia, que son proletarios, obreros la mayoría, al lado de unos pocos millares de grandes colonos e industriales.
François Mitterrand, ministro del Interior, afirmó en noviembre de 1954, tras las primeras matanzas de civiles:"Argelia es Francia". Camus conoce mejor el terreno: "Argelia no es Francia, no es siquiera Argelia, es esa tierra ignorada, perdida en la distancia" (Jean Grenier, Albert Camus, souvenirs, Gallimard, 1968). También sabe que Argelia sin los franceses será un caos. Recuerda una vez más su determinación de callarse, aislarse y escribir. Pero no puede: "Hoy tengo el país atravesado en la garganta y no puedo pensar en nada más".
Incluso tras la fastuosa ceremonia del Nobel de Literatura le perseguirá el escándalo; de hecho, las difamaciones llegan hasta Estocolmo. Pero nunca aceptará afectiva e intelectualmente la idea de una independencia de Argelia.
Camus muerto incomodará aún más que en vida.
No fue portavoz de nadie, de causa alguna, y sin embargo lo encontramos siempre en todos los fregados. "La necesidad de tener razón es el signo de un espíritu vulgar" (A. Camus, Carnets 1, página 27).
Su biógrafo Olivier Todd sitúa la vigencia del pensamiento camusiano: "Publica El hombre rebelde antes de que aparezca El opio de los intelectuales de Raymond Aron, y 25 años antes de La tentación totalitaria de Jean-François Revel". Si uno no puede escapar de la Historia, precisa Camus, se podría proponer una lucha contra ella,para preservar esa parte del hombre que no es de su propia competencia.Para queal menosel individuo quede aprisionado entre losmárgenes marcados por las ideologías totalitarias.
Los que amamos los libros amaremos siempre a Camus, porque nos enseñó a intuir las verdades relativas.Ensayista, hombre de teatro y filósofo, novelista: toca todos los palos. Uno de ellos, no menor, es el del análisis político: véanse sus trabajos en L'Alger Républicain, en Combat y en el Express de Servan-Schreiber, un empresario made in USA. Tampoco allí se sentiría a gusto. Se despidió con un artículo dedicado a Mozart. Desplazado en todas partes. Autista casi, como su madre.
Del hombre absurdo pasó al hombre rebelde. Reaccionó cuando "el revolucionario se tornó en un conquistador", y denunció: "El conquistador no busca la unidad, sino la totalidad, lo que significa el aplastamiento de las diferencias" (A. Camus, Essais, La Pléiade, Gallimard, página 404).
Quien busque datos, los encontrará en el libro de Lenzini. Quien busque al escritor, en esas páginas lo encontrará perfilado. Quien no sepa de él, tal vez se anime a buscar sus libros.
La trayectoria de Camus nos es cercana. Y nos fuerza a reconocer que todavía no hemos podido salir del círculo de la maldad política del siglo pasado, que con tanta claridad describió este africano de Europa.
Apprendre á vivre et á mourir et, pour être homme, refuser d´être Dieu.
JOSÉ LENZINI: LES DERNIERS JOURS DE LA VIE D'ALBERT CAMUS. Actes Sud (Collection Bleu), 2009. 143 páginas.
Carmen Grimau
http://libros.libertaddigital.com
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