Estos «buenos europeos», que decía Nietzsche, llevan seis años riéndole las gracias a Zapatero, y ahora que lo pueden disfrutar de presidente, le llaman Mr. Bean y se ponen hechos unos... obeliscos.
-Viajar por Europa es visitar una casa para que los criados nos muestren las salas vacías donde hubo fiestas maravillosas -dice exactamente Gómez Dávila.
Asistir a esta presidencia española de Europa es como estar viendo bailar a unos hombres sin que oigamos la música. ¿Qué hombres? Mr. Bean y su pandilla en el palacio de Linares (el del marqués de Leguineche), pasados por la lente de Berlanga.
-Hace cincuenta años -pudo decir Thomas Bernhard hace unos cincuenta años-, Europa era todavía un solo cuento de hadas. Hoy hay muchos que viven en ese mundo de cuento de hadas, pero viven en un mundo muerto, y se trata de muertos también.
Según la teoría chestertoniana, la esencia misma del cuento de hadas consiste en decir que el tonto se encuentra de pronto con una buena suerte sorprendente, y, desde luego, ésta parece ser hoy la idea mitomotriz de España como nación, la más progresista de Europa.
-No logrando realizar lo que anhela -aclara Gómez Dávila-, el progreso bautiza anhelo lo que realiza.
Entre pulguita de jamón y medianoche de atún, el secretario para la Unión, López Garrido -epígono del Gómez Labrador del Congreso de Viena-, promete que el semestre español «marcará el rumbo de Europa en la próxima década», y yo no me reiría.
-Necesitamos europeos de corazón, no sólo de cabeza -es su frasecilla favorita, no sabemos si extraída del bolsillo de Anguita.
España ofrece a Europa «una identidad de la cultura europea para fomentar el crecimiento económico sostenible» -palabras de la ministra de Cultura- y monedas de diez y doce euros para ayudar a sostener a los parados de los pasos de cebra.
-A partir de ahora, no podemos pensar sólo en nosotros mismos -dice la mujer-carpa que dirige la economía española-. Hay que pensar en la madre Tierra.
Y se le pone a uno cara de caricatura -«canina»- de Manuel Manilla, con su ataúd al hombro, sus zancarrones y calavernas.
En el «Economist» nos pintan en bata de cola, pero somos más que eso. Somos el juez Garzón y el caso Faisán en la justicia. Somos el periodismo sin oposición (la poca que hay va con escolta). Somos la milicia sin militares, y el general Julio Rodríguez -nada que ver con Julio César- no sabe si lo de Afganistán es una guerra: no creo que corten para él, como hicieron con Millán Astray, la Quinta Avenida de Nueva York en su camino hacia West Point. Y a los «buenos europeos», que decía Nietzsche, no les queda, ante Zapatero, ni el consuelo de la religión.
-Cristo -nos recuerda Chesterton- no eligió como su piedra fundamental al brillante Pablo ni al místico Juan, sino a un pillastre, un fanfarrón, un cobarde...
Ignacio Ruiz Quintano
www.abc.es
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