Comentaba en mi última entrega que una de las cuestiones que llaman la atención en la vida política francesa es el mantenimiento del poder internacional hasta tal punto que su posición en el planeta puede calificarse con toda justicia de neo-colonial. Entendámonos, Francia sufrió a mediados del s. XX algunos desastres coloniales de relevancia.
Basta recordar al respecto su derrota en Indochina o su expulsión de Argelia. Sin embargo, de ambos traumas se ha repuesto, en términos prácticos, de una manera extraordinaria. Más allá de ciertos debates como, por ejemplo, la tortura usada en Argelia, la verdad es que en estos momentos, todo el mundo sabe qué potencia es decisiva en Marruecos, en la antigua África francesa o incluso en esa antigua colonia española conocida como Guinea Ecuatorial.
¿A qué se debe esa proyección internacional tras sonoros fracasos en el período de la descolonización? En primer lugar, a la convicción de que es necesario para Francia y que, por lo tanto, hay que abordarlo sin complejos. Ahora mismo –frente a un ZP y a una Chacón empeñados en que no hay guerra en Afganistán– se desarrolla en París una exposición que recuerda que Francia ha tenido implicaciones pasadas con esa región del mundo y debe seguir manteniéndolas. Así, con un par… De ahí que, ante episodios como los de los piratas somalíes, Sarkozy no dude en utilizar a las Fuerzas Armadas en la seguridad de que es lo primero que debe hacer y, por añadidura, que la opinión pública, salvo algunos extremistas, así lo entiende. A decir verdad, incluso el «no a la guerra» en Francia fue muy diferente del que tuvo como escenario España, porque allí se intentaba acentuar la independencia gala frente al aliado norteamericano y, de paso, mantener los excelentes negocios con la dictadura irakí. Aquí, por el contrario, lo que se buscaba era socavar la posición internacional de España para poder llegar al poder. No se podrá negar que la diferencia es notable. En segundo lugar, Francia es consciente de su importancia –quizá incluso se ve y se siente más relevante de lo que es– y vive de acuerdo con esa consciencia.
En España, por el contrario, un importante sector de la sociedad tiene impresa en el alma la idea de que se puede vivir aislado del resto del mundo y así, mediante la lejanía y, si llega el caso, la capitulación, se alcanzará una especie de sosiego a lo fray Luis de León. Se trata de un craso error en el que ZP y sus adláteres se han metido hasta las cejas para satisfacción de los nacionalistas, que sueñan con una España canija y débil a la que resulte más fácil dominar y, llegado el caso, desintegrar. Ni que decir tiene que semejante comportamiento por parte de nacionalistas vascos o catalanes en Francia es absolutamente impensable. Así llegamos a la conclusión. Aznar optó –con razón– por una política de grandeza en el mundo. Fracasó porque un segmento de la población es partidario del «que inventen otros», porque la izquierda sólo piensa en el poder cueste lo que cueste y porque los nacionalistas apoyarán todo lo malo para España. El 11-M fue sólo el catalizador. Esa actitud tiene su repercusión en la economía y en la crisis que ahora atravesamos, pero de eso hablaré en mi próxima entrega.
César Vidal
www.larazon.es
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