El obispo saliente de San Sebastián, Juan María Uriarte, ha dicho «agur» a sus leales (en Euskadi, ya saben, hay leales y hay fieles; al igual que hay ovejas «latxas» y ovejas burgalesas) enjaretando un mitin-homilía acerca del alud de tópicos malévolos y apriorismos torticeros que se ha abatido sobre aquellas tierras. Los vascos -afirma Su Ilustrísima- son un ejemplo de piadosa convivencia; de ilimitada compasión hacia la Humanidad doliente; de generosidad munífica con los que allí recalan a ganarse el futuro y el sustento. O sea, que la viña de Guipúzcoa está mejor cuidada que las de Burdeos. Y es que, escuchando la prédica de Uriarte, da la impresión de que el Espíritu, en vez de ser el «pneuma» de la voluntad divina es alguien con el que va a tomar «txikitos» por la parte vieja.
Cuando Santo Tomás era estudiante se asomó a la ventana porque, según sus condiscípulos, una vaca con alas acababa de surcar el cielo. Acto seguido, el Aquinate replicó a las carcajadas con escolástica solvencia: «Lo increíble no es que las vacas vuelen, sino que los cristianos mientan». No cabe, pues, pensar que Monseñor Uriarte haya faltado a la verdad, ni que haya sido víctima de un arrebato patriotero. ¿Es pía esa bandada de curas levantiscos que reparte a su antojo bulas y anatemas? Pues claro que sí. Es requetepía; aunque más requeté que pía, por supuesto. ¿No es admirable, acaso, que una sociedad opulenta socorra al Tercer Mundo y procure consuelo a los que nada tienen? Sin la menor reserva, puesto que el compromiso, además, viene de lejos. Antes de existir las ONG, la caravana solidaria arrojaba monedas y mendrugos de pan en los burgos podridos de la estepa tras conquistar la Copa (del Generalísimo) en el Santiago Bernabéu. En cuanto a la hospitalidad sin restricciones con que se acoge al forastero, basta con apuntar que un riojano puede integrarse en el Athletic, un turco acoplarse en la Real y un subsahariano (legítimo, fetén; es decir, negro) ocupar un despacho sin okuparlo previamente y sin que los herederos de Sabino Arana se les caiga el RH al suelo.
En el «agur» de Uriarte no hubo otra doctrina que la que se imparte a ras de suelo. Ya que no mencionó a los fieles difuntos seguimos ignorando en qué nicho se encuentran. ¿En el de los fieles o en el de los leales? ¿Eran de las «latxas» o de las burgalesas? La familia -un fijo pastoral en estas entrañables fiestas- se le apeó del verbo y con el asunto del aborto hizo un sonoro mutis por el baptisterio. Bien es cierto que a algunos de los que han dado carpetazo al quinto mandamiento (y el pelotazo con los presupuestos) los tenía enfrente. Casi acogidos a sagrado tal que en los viejos tiempos. Tan viejos, remacha Uriarte, como el recelo y los prejuicios que lastran a su iglesia. (Su iglesia, por lo visto, es una franquicia de la Iglesia) De ahí, quizá, que al despedirse de sus huestes, convocase a los manes de la modernidad en lugar de invocar al Evangelio. «En verdad os digo que es más fácil desintegrar un átomo que diluir la obcecación de las entendederas». Palabra de Einstein.
«Dios no juega a los dados», reza la frase celebérrima con la que el padre de la Relatividad refutó que el Azar fuese el motor del Universo. Vamos, que el que el «agur» de Uriarte fuese el aperitivo de la manifestación pro-ETA, hay que achacárselo a una azarosa coincidencia. Y a que el diablo enreda.
Tomás Cuesta
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