Tantos años protegiéndola de las balas y cuando por fin va a Haití, muere por un terremoto“, se lamenta su fiel colaboradora Mayu, aún compungida por la noticia. El día 12 de enero, la doctora Zilda Arns, fundadora de Pastoral da Criança, su maestra, su amiga, murió en Puerto Príncipe a los 75 años.
Unos días antes, había interrumpido las vacaciones junto a sus nietos porque “me han llamado los obispos para explicar la Pastoral; esto es muy importante y yo quiero ir, yo tengo que ir“. Llevaba años esperando este momento, pero la Embajada siempre le denegaba el permiso, por su seguridad.
El 10 de enero estaba en Haití para dar una charla en la Conferencia Nacional de los Religiosos del Caribe. Dos días después yacía bajo los escombros de una iglesia derruida por el terremoto. Sepultada donde ella quería estar, donde siempre había estado, con los más pobres.
Médica pediatra, especialista en salud pública, representante titular de los Obispos de Brasil en el Consejo Nacional de Salud, miembro del Consejo Nacional de Desarrollo Económico y Social de Brasil, madre de cinco hijos, abuela de diez nietos… Zilda Arns dedicó la mitad de su vida a la caridad cristiana a través de causas humanitarias en el área de la salud, especialmente en el combate contra la desnutrición y la mortalidad materno-infantil.
Florestópolis
Para millones de brasileños fue una de las personalidades más importantes de la historia de Brasil; amada, respetada y admirada por toda la sociedad, Zilda Arns deja tras su muerte una de las organizaciones en defensa de la infancia más importantes, eficaces y extraordinarias del mundo, con más de 270.000 voluntarios atendiendo a más de 2 millones de niños: la Pastoral da Criança. Una obra inmensa como Brasil, gigantesca como su pobreza.
“El mundo puede ser mucho mejor si velamos por él con una mirada de fraternidad, donde todos tengan pan para comer, esperanzas y lleven dentro de su corazón la voluntad de servir al prójimo”.Esta idea es la que levantó la Pastoral da Criança en 1983, en el pequeño pueblo de Florestópolis, que padecía el más alto índice de mortalidad infantil de todo Brasil. Fue el comienzo de una extraordinaria historia de amor, garra, dificultades, heroísmo y esperanza. Sobre todo, de esperanza.
En Florestópolis Zilda desarrolló una metodología basada en la multiplicación del conocimiento y de la solidaridad entre las familias más pobres, inspirándose en el milagro de la multiplicación de los panes y los peces. La educación de las madres por los líderes comunitarios capacitados (voluntarios) resultó la mejor forma de combatir la desnutrición, las enfermedades y la marginación de los niños. “Si a la familia le va bien, al niño también le va bien”, sentenciaba la doctora.
El método es sencillo: mejorar las condiciones de vida de las mujeres para que sus hijos nazcan fuertes y sanos; y una vez nacidos, desarrollar un proyecto educativo integral (físico, mental, espiritual) hasta los seis años. Luego, a esa educación irremplazable es necesario añadir valores de esfuerzo, solidaridad, autoestima: “No se puede vivir de la limosna de la ONG o del Estado, eso sólo crea dependencia. Si se acaba la ‘vaca’, ya no hay leche. Hay que aprender a ser autosuficientes”.
Pero lo más importante es siempre llegar “abajito”, como decía ella, en el corazón de cada comunidad, de cada familia. En la periferia de las grandes ciudades, en los bolsones de miseria de los pequeños municipios de Brasil, en los monstruosos basureros, en las violentas favelas, en los pueblos perdidos, allí donde sobreviven los más pobres entre los pobres, y dentro de éstos, los más indefensos: las mujeres y los niños.
Para llevar a cabo esta misión, la Pastoral da Criança cuenta con una fuerza humana y espiritual inmensa, un verdadero ejército de 270.000 voluntarias (el 92% son mujeres), que llegan a cada rincón, a cada familia, a cada niño. Todos los meses, miles y miles de líderes comunitarias suben montes bajo un sol ardiente, o bajo la lluvia llegan en canoa hasta los ‘palafitos’ (casa de madera en el mar), atraviesan pantanos, se lastiman en caminos de piedra y espinos, a pie, a caballo, en bicicleta o en barca, sin medir sacrificios, sin pedir nunca nada. Para que todos los niños tengan vida, “y vida en abundancia”.
*Reportaje íntegro en el número 261 del semanario ALBA, desde el viernes 22 en los quioscos.
Pepe Álvarez de las Asturias
http://www.albadigital.es
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