segunda-feira, 29 de junho de 2009

Del laicismo a la democracia religiosa

Algunos observadores españoles consideran que la religión ha perdido influencia en la vida social. Se esfuerzan en exponer las cualidades del laicismo y afirman que es laico el régimen político formalizado aquí por la Constitución de 1978. Se confunde laicidad con aconfesionalidad. Es un enfoque equivocado de lo que ahora tenemos delante. Tal vez sea fruto de una visión «provinciana», según la cual nuestro horizonte es Francia, un país en el que se instauró desde hace tiempo el Estado laico. Pero el mundo español actual desborda los límites geográficos e históricos de Francia. Ni siquiera nuestras fronteras son las europeas. Con una visión universal hemos de concluir que, además de los españoles y de los franceses, hay pueblos importantes en otras zonas de este planeta. Con tal manera de acercarnos al asunto nos damos cuenta de que la religión tiene un peso extraordinario en el mundo contemporáneo. La famosa «lucha de clases», como motor de la historia, en la teoría de Marx, ha sido reemplazada por las guerras de religión. Hace unos días Mahmud Ahmadineyad proclamó que «la democracia religiosa iraní» es superior a la «democracia liberal», tan carente esta última de ética.

He aquí la situación. El año 1848 Carlos Marx y Federico Engels redactaron el «Manifiesto Comunista», en cuya primera parte se contienen unas afirmaciones luego mil veces repetidas: «La historia de toda sociedad humana, hasta nuestros días, es la historia de las luchas de clases. Hombre libre y esclavo, patricio y plebeyo, barón y siervo de la gleba, maestro y oficial de gremio; en una palabra, opresor y oprimido, frente a frente siempre, empeñados en una lucha ininterrumpida, velada unas veces y otras franca y abierta; en una lucha que conduce a la transformación revolucionaria de todo el régimen social o al exterminio de ambas clases beligerantes». El panorama ha cambiado en el último siglo y medio. Hoy el gran motor de la historia es el enfrentamiento entre religiones. Se dijo por un clásico francés: «El siglo XXI será religioso o no será», y se ha confirmado el pronóstico. Vivimos uno de los momentos donde la religión tiene más fuerza en los distintos puntos del globo: diferentes religiones, claro es.

Si nos fijamos en Estados Unidos, por ejemplo, el visitante comprueba que allí es extraordinario el paso de la religión. Si asiste a la convención nacional de los partidos políticos (un hecho trascendental en aquella vida pública) advierte que comienza la reunión pasando por la tribuna los representantes de todas las religiones allí establecidas, como religiones importantes: desde la católica, las protestantes, la mahometana, la judía..., y todos pronuncian unas palabras y bendicen el congreso. Decir que aquello es un régimen político laico sería una inexactitud. Allí la fuerza de las religiones resulta notable.

Estados neutrales pero con sociedades religiosas: ahí está, a mi entender, la mejor descripción. ¿No es significativo que algunos jugadores de fútbol se persignen al saltar al campo? Sociedades religiosas, donde la religión ha adquirido y adquiere día a día tal fuerza que lamentablemente es motivo de luchas terribles y de guerras.

En el campo del Derecho internacional se distinguía -y se distingue- entre la neutralidad y la no beligerancia. En mi juventud, ya lejana, esto tuvo un enorme interés en la vida española. En los años cuarenta se discutía mucho, durante la Segunda Guerra Mundial, la posición de España, porque España, al principio, se había declarado «neutral» en el enfrentamiento entre los alemanes y los países que Alemania invadió; finalmente la guerra con Inglaterra y con los Estados Unidos. Pero el 12 de julio de 1940, España se declaró oficialmente «no beligerante», y esto abrió unas dudas. ¿Qué diferencia hay entre «neutral» y «no beligerante»? Se quería advertir que España, el Estado español de la época, prestaría un tratamiento distinto a las potencias del Eje (Alemania e Italia) que a los aliados. Se pasó de la neutralidad a la no beligerancia.Con las salvedades pertinentes podíamos decir que el Estado confesional es un Estado beligerante; el Estado aconfesional es no beligerante, y el Estado laico es neutral.

A partir de 1979 (o sea, la revolución de Irán) se ha producido un renacimiento espectacular de las fuerzas teológico-políticas. Los fenómenos a tener en cuenta en ese momento de 1979 eran, por un lado, la muerte de las ideologías, debacle entonces muy viva, por otro lado, la caída del Imperio Soviético. A los muy jóvenes les parece normal que Rusia sea hoy un país donde los ricos tienen gran importancia y donde las mafias rusas manejan muchísimo dinero, pero esto es de hace cuatro días. Nosotros hemos vivido durante años con un imperio soviético de características muy diferentes. Cambió por completo el panorama con la caída del enorme imperio soviético y el final de sus influencias terribles sobre los llamados «países satélites». A partir del 11 de septiembre de 2001 -también una fecha reciente-, se produjo el enfrentamiento de las democracias occidentales y el mundo árabe-musulmán (para simplificar las distintas tendencias existentes allí). Y hoy nos encontramos con factores religiosos que fomentan las rivalidades, por ejemplo, entre India y Pakistán; los factores religiosos están presentes en el Próximo Oriente, los factores religiosos desencadenan la guerra desde el año 2001 en Afganistán y en Irak. Bajo los escombros de las ideologías que han muerto o a las que se ha querido matar, nos percatamos de que el mundo ha redescubierto la religión como la pasión más fuerte, junto con los nacionalismos. Por otro lado, hay países muy importantes, democracias muy importantes, con Iglesias establecidas, por ejemplo el anglicanismo en Inglaterra, el presbiterianismo en Escocia. Hay iglesias oficiales como ocurre en Dinamarca, donde el luteranismo es la religión del Estado; Suecia abandonó la religión de Estado y estableció allí un régimen de separación, pero esto fue en el año 2000.

Un caso especial son los mencionados Estados Unidos. Allí hay un Estado laico después de la famosa separación, o muro de separación, propugnado por Jefferson, entre la acción estatal y la conciencia personal. Sin embargo, es un Estado laico en una sociedad muy religiosa, profundamente religiosa. Es cierto que la primera Enmienda decía: «El Congreso no podrá aprobar ninguna ley conducente al establecimiento de religión alguna ni a prohibir el ejercicio de ninguna de ellas», y esta Enmienda primera está constantemente invocada ante los tribunales. Pero la presencia de Dios está en los billetes de banco, en las canciones patrióticas y, como decía antes, en los actos más importantes, empezando por las convenciones nacionales de los partidos. Ahí está la presencia de Dios. El asombro entre nosotros sería grande si los congresos nacionales del Partido Popular o del Partido Socialista, o de cualquier otro partido, comenzasen con una intervención del representante de la religión católica, o de cualquier otra religión. La gente quedaría sorprendida. En definitiva, en este siglo XXI, que no es el siglo XX, sino que es un siglo con características especiales, anotamos el renacimiento del sentimiento religioso en la sociedad. Subrayamos la crisis del Estado laico, salvo en Francia -aunque también allí habría que matizar mucho entre el laicismo oficial y la realidad de la sociedad francesa-, recordamos el muro de separación Iglesia-Estado, típico de Norteamérica, pero con respeto de la conciencia religiosa. (Un muro que se atraviesa con frecuencia, sin mucha dificultad).

En suma, el laicismo radical es una doctrina que no tiene hoy encaje fácil en las democracias más importantes. ¿No será, acaso, que en España nos gusta vivir a contracorriente?

Manuel Jiménez de Parga, de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas

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