sábado, 6 de junho de 2009

¿Qué legaron los visigodos?

Con frecuencia leemos opiniones despectivas sobre la herencia visigoda en España, reduciéndola a un puñado de palabras y negando cualquier influjo significativo sobre la historia posterior, dentro de la tendencia semitizante de Américo Castro u otras similares.
Tales opiniones, expresadas con más emocionalidad que fundamento, como observa Serafín Fanjul de discursos parecidos, solo "patentizan de modo dramático la indigencia documental y discursiva de alguno gurús omnipresentes en la inculta cultura española actual".

Los godos dejaron muy poco léxico en las lenguas peninsulares, pero este fenómeno revela lo contrario de lo que se pretende: la rápida aculturación tervingia en el mundo latino-español. Hasta los nobles –seguramente los más renuentes– abandonaron su religión y muchas de sus costumbres, y documentos como la Institutionum disciplinae indican cómo en la formación de sus jóvenes pesaba más la tradición católica y clásica que las reminiscencias germánicas, aun no siendo éstas desdeñables. El hecho, muy poco dudoso, es que, al revés que los árabes, los godos se latinizaron profundamente en España, y que sus rasgos ancestrales quedaron reducidos a un cierto estilo y tendencias secundarias.

También queda muy poco de su arte, pues fue anegado y destruido por la invasión árabe, y asolados la mayor parte de sus edificios, salvo algunos menores, pero de valor: quizá dejaron el arco de herradura, que los árabes llevarían a la perfección. De su tradición oral nada queda, aunque seguramente existió, pero nadie la recopiló como hicieron siglos más tarde algunos escritores con diversos relatos como Los Nibelungos, Beowulf, los del rey Arturo, Tristán e Isolda o las sagas vikingas.

Más relevancia tiene otra herencia. Los visigodos o tervingios, de origen escandinavo, peregrinaron durante siglos por el este y el sur de Europa, hasta afincarse en Hispania. Durante un tiempo permanecieron aquí como grupo social separado, que habría podido seguir emigrando, por ejemplo al norte de África, adonde habían ido vándalos y alanos y habían querido marchar los mismos godos. Pero desde Leovigildo su identificación con el país donde vivían no hizo más que crecer, hasta que terminaron disolviéndose en la población hispanorromana. No sabemos cómo ello se produjo, ni si al comenzar la reconquista permanecían núcleos significativos de germanos separados, pero el proceso ocurrió sin duda. Más probablemente, la mezcla étnica estaría ya muy avanzada antes de la invasión árabe, durante el largo periodo de un siglo y cuarto tras la admisión de los matrimonios mixtos (que incluso se daban cuando estaban prohibidos).

Cruz visigótica.
Las noticias acerca de la población germánica son muy escasas, y a menudo se habla de godos cuando en realidad se pretende hacer referencia a su oligarquía. La masa gótica parece haberse asentado en el valle del Duero, y se ha supuesto que hacia el siglo IX o el X, durante la reconquista, habría sido trasladada a Galicia, para fundirse allí con la población local; pero suena dudoso. Como fuere, la etnia goda pasó a ser un componente de la población hispana, y se disolvió en ella nueve o diez siglos después de haber emprendido su peregrinación desde Suecia y a través del este y el sur de Europa.

Asimismo, tiene importancia la onomástica. Los nombres de origen germánico alcanzaron enorme profusión desde los primeros tiempos de la reconquista –llegaron a superar a los de origen latino–; probablemente ya abundaban antes entre la población, y han seguido siendo muy frecuentes hasta hoy. Y si, como sostienen algunos, los apellidos terminados en –ez tienen origen godo (suelen formarse con nombres germánicos), la gran mayoría de los españoles, en todas las provincias, refleja esa influencia. Influencia no étnica, pues la población goda no pasó de un 5 a un 10% de la hispanorromana, sino debida, de un lado, al prestigio social de su nobleza, pues el término godo hacía referencia a su oligarquía más bien que a los tervingios de a pie, culturalmente más atrasados que los romanos; y de otro, y sobre todo, a un espíritu de identificación popular con la España perdida, la España hispanogoda.

Este fenómeno de identificación mutua apunta al principal legado de los godos: el político. Con ellos –y con impulso del episcopado– tomó forma la primera nación política española y probablemente europea, con lo que se culminó la unificación cultural latina y cristiana; permanecieron, después de la invasión islámica, sus leyes, tanto entre los mozárabes como en los reinos cristianos, y numerosas reminiscencias, en parte míticas pero con un sustrato histórico sólido y emocionalmente motivador. De no ser por ese sustrato e identificación popular, el legado hispano-godo se habría sepultado para siempre cuando los árabes conquistaron la península. Entonces pudo consolidarse definitivamente Al Ándalus, un país musulmán, arabizado y africano, y desaparecer España, país cristiano, latino y europeo, tal como desaparecieron las sociedades cristianas y latinizadas del norte de África.

No es arbitrario afirmar que si España siguió un derrotero histórico diferente del norte africano se debió, precisamente, a la herencia política hispano-tervingia. Solo esta versión casa con los hechos conocidos. Cosa diferente es que algunos deseen reintegrar la península al ámbito musulmán-magrebí y, por aversión a cuanto signifique España, traten de borrar de la historia los hechos que les disgustan.   

Así pues, la principal contribución de los godos consistió en completar como unidad política la unidad cultural creada por Roma. Con todos sus desaciertos y desmanes, sus reyes y al menos parte de su nobleza, en colaboración con los representantes hispanorromanos, impulsaron la idea y la concreción de la nación y estado de Spania. Y por ello el súbito hundimiento del estado no lo fue por completo: la resistencia al Islam, tras unos pocos años de desconcierto, se organizó sobre la base de las leyes de Recesvinto y Chindasvinto, sobre una concepción muy distinta de la musulmana acerca del poder religioso y el político, y una idea de la libertad personal, una monarquía no despótica y un esbozo de representatividad. No menos crucial, la noción y el recuerdo de la pérdida de España se hicieron una motivación poderosa en el imaginario colectivo. Sin ella, insistamos, no sería comprensible la historia posterior, condensada en el proceso llamado Reconquista.


Pío Moa
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