quinta-feira, 25 de junho de 2009

El final del principio

La revolución de Irán de 1979 tardó en gestarse todo un año. El levantamiento de 2009 acaba de terminar su primera fase. Pero la volatilidad provocada por el golpe a través de las urnas que protagonizó la «nueva derecha» de Irán el pasado 12 de junio seguramente se prolongará a lo largo del próximo año. La república islámica ha perdido fuerza. Toda la improvisación que permitió que un Estado moderno coexistiera con una teocracia inspirada por un imán oculto en el siglo IX ha desaparecido, dejando dos Iranes en guerra.

Uno de esos Iranes, personificado por el Consejo de los Guardianes -máximo organismo legal compuesto por doce miembros-, dictaminó que no se había producido ningún «fraude importante» en la votación y que, por lo tanto, su anulación era imposible. No fue una gran sorpresa, ya que el ayatolá Ali Jamenei, el Líder Supremo, dejó claro que el recuento era una pérdida de tiempo.

Naturalmente, la definición de «importante» es opinable. El propio Jamenei dijo que amañar un millón de votos podría ser factible, y el consejo halló irregularidades en tres millones de votos. Pero aquí las cifras han dejado de tener significado. Todo indica que a cada candidato se le adjudicaron unos porcentajes y, a partir de ahí, se amañaron los votos emitidos para que reflejasen el resultado. El Ministerio del Interior tardó diez días en divulgar los resultados de todas las provincias. Una manipulación de ese calibre lleva tiempo.

Irán ha desaprovechado una gran oportunidad para salvar el abismo entre el régimen y una población cada vez más sofisticada que ansía más libertad. La campaña electoral abrió una puerta, cerrada ahora de un portazo. «La república islámica es la abanderada de los derechos humanos», declaraba Jamenei en su sermón. A lo largo de la semana pasada parecía más bien un Estado policial con estandarte.

Se han abierto importantes grietas en el sistema, sin lugar a dudas las mayores desde los primeros y sangrientos dos años que siguieron a la revolución. Cierto es que el régimen no ha abierto fuego contra los millones de personas que tomaron las calles como pasó en Tiananmen. No creo que en su seno exista la unidad necesaria para hacerlo.Como afirma en un comunicado la Asociación de Clérigos Combatientes, que representa a los mulás más liberales de Qom: «¿Quién en su sano juicio se cree que un movimiento pacífico de millones de personas informadas -entre las que se encuentran trabajadores, tenderos, agricultores, estudiantes, clérigos y otros- podrían ser agentes de lo que ellos denominan enemigo?».

He dicho que la república islámica ha perdido fuerza. ¿Por qué? Yo veo cinco factores principales. El primero es que el cargo de Líder Supremo -la cúspide de la estructura concebida por el líder revolucionario, el ayatolá Rujolá Jomeini- ha quedado debilitado. La piedra angular del arco está ahora suelta. Jamenei ha parecido un despiadado luchador más en las peleas internas, y no el árbitro dotado de una autoridad profética que debería ser. Su palabra ha sido desafiada. Por la noche, incluso, he oído a gente pidiendo su muerte desde los tejados. Lo impensable ha ocurrido.

El segundo es que el hipócrita pero eficaz contrato que ataba a la sociedad se ha roto. El régimen nunca tuvo un apoyo activo de más del 20% de la población. Pero la aquiescencia estaba asegurada usando sólo medidas represivas muy selectivas (dejando a la mayoría libertad para dedicarse a sus asuntos) y dando a la gente derecho a votar para elegir al presidente cada cuatro años. Eso se ha acabado. La represión será generalizada y feroz durante los próximos meses. Los aquiescentes ya son los airados. No se puede convertir Irán en una Birmania. La resistencia de una sociedad tan variada e inteligente como ésta será encarnizada.

El tercero es que una facción leal al presidente Mahmud Ahmadineyad, un personaje intensamente nacionalista y místicamente religioso, ha intentado usurpar el poder de una manera tan descarada que las fisuras del sistema se han convertido en cañones. Entre los miembros de esta facción se encuentran Hassan Taeb, líder de la milicia Basiji, y Saeed Jalili, dirigente del Consejo de Seguridad y principal negociador nuclear.

Hasta ahora se han salido con la suya, pero el coste para Irán ha sido inmenso, y la acción en la retaguardia liderada por Ali Akbar Hashemi Rafsanyani, uno de los padres de la revolución, y Mir Husein Musavi, el líder de la oposición, será intensa.

El cuarto es que la retórica internacional de Irán, eficaz durante el primer mandato de Ahmadineyad, lo será ahora mucho menos. Cada vez que hable de justicia y ética, sus dos palabras favoritas, los vídeos mostrarán el asesinato de Neda Agha Soltan y a los matones del régimen armados con porras en acción. El presidente podría acabar siendo un incordio demasiado grande como para mantenerlo en el cargo. El quinto es que, en el punto álgido de la explosión demográfica tras la revolución, el régimen ha perdido a toda una generación nueva por no adaptarse.

La pregunta esencial de estas elecciones era: ¿debe Irán mantenerse al margen de las fuerzas de la globalización política y económica para preservar su teocracia islámica? La respuesta ha sido devastadora. 

Roger Cohen
International Herald Tribune

www.abc.es

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