Navidad es también el tiempo en que los hijos traen las notas a casa y las amas de casa corremos de un lado para otro comprando regalos y viandas. Les aseguro que puede ser muy estresante y que no es tan raro que más de uno quiera largarse al Trópico a tenderse al sol bajo una palmera en el lugar más ateo posible. Ayer los suspensos me habían aniquilado emocionalmente cuando abrí el correo y empecé a despachar rutinariamente las felicitaciones de ministerios, asociaciones y esas cosas y, de repente, me topé con un correo del padre Aldo. Aldo Trento es un sacerdote italiano que se marchó a Paraguay hace muchos años y abrió un hogar para niños muy enfermos y deformes, la mayor parte recogidos en la calle, muy al estilo de la Madre Teresa. En su casa te topas con niños con cabezas gigantes, pequeños inmóviles y discapacitados de todo tipo.
Cuenta en su felicitación de Navidad que se considera un privilegiado porque está convencido de que «Dios se ha hecho carne en Jesús y Jesús, como nos recuerda el capítulo 25 de Mateo, está vivo también en los pobres más pobres, como son todos estos hijos míos. Jesús es cada uno de ellos y por eso me arrodillo tres veces al día delante de cualquiera de ellos, en adoración. Es muy bello: cualquiera de ellos es Jesús. Imaginad qué gracia me ha reservado. Ayer he acogido un chavalito en la calle con un tumor de un kilo en el cuello, metástasis por todo el cuerpo y drogodependencia: lo he mirado, me he arrodillado... cuánto dolor... entonces me ha dicho: “Padre, qué bien se está aquí, qué bonito este hogar”». Queridos lectores, la carta del padre Aldo me ha cambiado el ánimo de inmediato y una alegría y un agradecimiento enormes han sustituido mi monumental cabreo por los cates de mis hijos. Navidad es esto, la sorpresa inesperada que irrumpe en la vida para llenarla de sentido. Les deseo exactamente esto: muy Feliz Navidad a todos, que la vida cambie de repente para convertirse en un milagro.
Cristina L. Schlichting
www.larazon.es
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