¿Cómo es posible que el culto y viejo pueblo persa siga atenazado por la férrea e implacable dictadura de los ayatolás más intransigentes? Treinta años después de la Revolución de Jomeini, la misma ha fracasado. Sólo es cuestión de tiempo, también de muertes y represión, pero es el comienzo del fin, lo hemos visto en otras partes del mundo. Nada parará las ansias de libertad, eso sí, a un altísimo coste. Hasta hace sólo unos meses nada se movía en el régimen teocrático iraní sin que los ayatolás lo quisieran. El régimen se atrinchera en sus postulados, se pliega sobre sí mismo, pero hay fisuras; pronto empezarán en el Ejército y las fuerzas de seguridad. Disparar al pueblo se convierte a largo plazo en insoportable, desnuda los vicios de un régimen despótico. Todo para el pueblo, pero sin éste. Tambores lejanos, silencios presentes. Juegan su baza en la región y en el escenario geopolítico. Fraude electoral, político, religioso, económico, social. Todo está podrido entre un hermetismo implacable. Aumentará la tensión con un Israel suficientemente autoirritado. Irán no es Irak, no es despreciable militarmente y se encamina lenta pero inexorablemente hacia la consecución de armamento nuclear. Escaramuzas en pozos petrolíferos iraquíes, meros juegos de distracción, pero peligrosos. Mueve sus peones en Líbano y en Gaza, pero sin la fuerza y convicción de antes, y el mundo suní, entre el miedo y la duda, plantea cómo hacer una nueva contención a la expansión iraní. Gana la firmeza, que no la audacia, la intransigencia como estrategia a medio plazo. Gana el chador, gana el negro sobre el verde de la esperanza. Esa es la única ola. Por el momento, la ola de la represión, la intransigencia, la penitencia más allá de la Ashura. Esperanza teñida de sangre, de muerte y dolor. No importaba la fractura social, los sueños de libertad y de democracia que podía y puede haber en un pueblo en el que un 70 por ciento ha nacido tras la Revolución. La democracia es una quimera, y sin embargo hay elecciones, controlados los candidatos sí, dentro del aparato, pero las hay, algo que no se da en otros muchos países árabes que no son sino dictaduras o monarquías feudalizantes. Esa es la sutil diferencia, la misma que se ignora por los gobiernos occidentales. No todo es lo que parece. Votaciones masivas, movilización como no se recuerda del electorado. Fraude y manipulación a gran escala. Occidente juega con las palabras: aperturismo reformista o fundamentalismo inmovilista. Pero hoy es posible la ruptura total del régimen. Todo es imprevisible cuando la sociedad, una vez perdido el miedo, muestra sus ansias de cambio, ansias de una libertad ignota.
Musavi abanderó una ola verde de esperanza, de tímida apertura frente al aislamiento más intransigente del segundo. Pero también cumplió el guión dictado. Conservador en las formas, no en las palabras, hijo del régimen, apagado en los últimos meses. Quizá la muerte de Montazerí, el gran ayatolá de la apertura y crítica al régimen, sirva de revulsivo, como los muertos del domingo 27 de diciembre. La mecha está encendida.
Ahmadineyad es un provocador nato, con verbo ofensivo e invectiva hiriente. Representa el papel, el guión perfectamente trazado. Empieza a aislarse, él y su régimen. Irán está fracturado; son pocos, pero crecerán los disidentes de la dictadura.
Nuevos tiempos en el tablero mundial. Algo se mueve en la diplomacia enrevesada. Estados Unidos empieza a renegar del diálogo con Teherán. Hay que esperar los acontecimientos. Hizbulá ha perdido las elecciones en Líbano, y Siria ve cercano por primera vez la devolución de los Altos del Golán por parte de Israel. Éste sigue enrocado con los asentamientos y en no reconocer interlocutor al otro lado, con su bloqueo a Gaza y la sordera a todo cambio. Pero todo puede cambiar. La cuestión es saber acertar en ese rumbo y tiempo de cambio. La incógnita se desvelará en los próximos meses, así como la verdadera fuerza e implicación real de la Casa Blanca. Se han acabado los tiempos de los vacíos eufemismos. El régimen iraní ha entrado lenta pero inexorablemente en la cuenta atrás. Algunos echan de menos los tiempos de Rafsanyani y Jatamí, demasiado aperturistas en su momento para las esclerotizadas estructuras del régimen, hoy tímidos aperturistas que lo intentaron desde dentro sin traicionar la revolución, pero que han marcado el camino. Alí Montazerí, desde su retiro obligado en Quom, quiso separar poder político y poder religioso. Una de las médulas mismas del Estado democrático. No pudo en vida ver el ocaso de la dictadura y unos religiosos que confunden ámbitos y poderes a su mero capricho y antojo de poder. Que siga la farsa democrática.
Abel B. Veiga Copo
www.abc.es
Nenhum comentário:
Postar um comentário