Mañana les hablaré de la cumbre de Copenhague, donde sólo me ha extrañado que Zapatero no diera el portazo con Chávez y Morales, de tesis parecidas a las suyas. El resto era predecible. El cambio climático no nos atosiga aún tanto como para hacer los sacrificios que exige el detenerlo. Mientras, urge desenmascarar la última mentira de nuestro Gobierno en el caso Haidar. Ahora sabemos que Moratinos no sólo mintió al echar a la policía de fronteras la culpa de haber admitido a alguien sin papeles, sino que hizo mentir al presidente, a la vicepresidenta y al ministro del Interior, ya que había sido informado de la deportación un día antes por su colega marroquí. O no hizo nada o fue su cómplice. O todos son cómplices de la tropelía, lo que no nos extrañaría conociéndoles y visto cómo le defienden.
Pero lo escandaloso es que hablen de éxito y aseguren que no han hecho ninguna concesión a Rabat. Comparen la resolución aprobada por el Congreso, en la que se conminaba a Marruecos a cumplir sus obligaciones en derechos humanos, con la nota del Gobierno en la que, primero, se alaba «el compromiso del Rey y de las autoridades marroquíes con la democracia y la consolidación del Estado de Derecho»; segundo, se «expresa la satisfacción de España por las políticas de modernización y reformas emprendidas por dichas autoridades»; tercero, se promete ayuda «para profundizar en el estatuto preferente entre la Comunidad Europea y Marruecos»; cuarto, se constata que «la ley marroquí se aplica en el Sahara», mientras no se resuelva el contencioso, y se darán cuenta de que el Gobierno español se ha bajado, como vulgarmente se dice, los pantalones.
Como resulta evidente que sin la intervención de Estados Unidos -¿tuvieron algo que ver los 500 soldados españoles más para Afganistán?- y, sobre todo, de Francia, el drama en el aeropuerto de Lanzarote continuaría. Sarkozy ha llegado incluso a incluir en su comunicado el plan de Rabat sobre el Sahara, de que el territorio «obtenga una amplia autonomía dentro de Marruecos». Precisamente, lo que los saharauis independentistas rechazan. Pero ésta ha sido siempre la política francesa, a diferencia de la española. Marruecos se ha convertido en una pieza clave en el dispositivo occidental para detener al fundamentalismo islámico a las puertas de Europa. Y eso hay que pagarlo.
Aminatu Haidar puede haber ganado una batalla, pero puede haber perdido la guerra. Ya en su casa, cercada por la policía, haga lo que haga, su repercusión será infinitamente menor que en España. Y mientras Marruecos ha afianzado sus posiciones, el Sahara volverá, al cabo de algún tiempo, al cajón de las causas perdidas. Estos son los «éxitos» del Gobierno Zapatero. Unos cuantos más, y nos vamos al garete. Ya nos estamos yendo.
José María Carrascal
www.abc.es
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