sábado, 26 de dezembro de 2009

En misa y abortando

Si Lorca -como afirmaba Borges con acerado desparpajo- era un andaluz profesional, Iñigo Urkullu es un vasco sin horas, un vasco indesmayable, un vasco tan vasco que no le queda aliento para ser otras cosas además de vasco. Urkullu estuvo, según cuentan, al borde mismo de ser pastor de almas y se pasó toda la juventud yendo del caño al coro y del «batzoki» al seminario. Pero la vocación, al cabo, venció a la devoción, lo profano se aupó sobre lo sacro, y, en lugar de ofrendar su vida al Padre Eterno, se la entregó a la Madre Patria. No eligió mal, puesto que, a fin de cuentas, ahora es quien pastorea a las ovejas del rebaño de Sabino Arana. Algo que, en cierto modo, se podría decir que estaba cantado. Hoy por hoy, en Euskadi, tal que antaño en Irlanda, seminarista y nacionalista son, más que un sinónimo, la apoteosis de la redundancia. De ahí que a Iñigo Urkullu, un maestrillo de «ikastola», lo que le tire no sea la escuela, sino la escolástica.

Desde que el portavoz de la Conferencia Episcopal recordó que la doctrina de la Iglesia no permite estar en misa y abortando, el beaterio progresista -con Pepe Bono en el papel de cristiano de guardia- sacó el Vaticano II a relucir en menos de lo que tarda un cura loco en santiguarse. Para los vaticanosegundones (esa especie de secta en la que se concilian los vividores y los sepulcros blanqueados) el único dogma indiscutible es que ellos tienen bula para interpretar los dogmas como les venga en gana. De ahí que el mandamás del PNV, en vez de despachar ideología, dé lecciones «on-line» de teología parda. Su «blog» es un compendio de coartadas torticeras y jesuitismo asilvestrado con el que trata de persuadir a la parroquia de que si el fin no alcanza a justificar los medios, en cierto modo llega a santificarlos.

Es natural que Urkullu pretenda sacudirse el estigma de Herodes y echar agua bendita en la jofaina de Pilatos. La tarea no es fácil, por supuesto, aunque el hecho de haber blindado el cupo le ayudará a capear las galernas morales. De lo que no le libra nadie, en cambio, es del ridículo espectáculo que ha protagonizado al pretender redimir a sus acólitos de la mancha del pecado. Quizá Iñigo Urkullu sea un vaticanosegundón notorio, mas en cuestiones teológicas su ignorancia es notable. Es posible, en efecto, que un inocente expíe, o atenúe, las penas de un culpable a través de lo que se denomina satisfacción vicaria. «Yo de muy buena gana -escribirá San Pablo a los Corintios- me gastaré y me desgastaré por vuestras almas». El problema es que aquí buscar al inocente es una burda inocentada.

Los clérigos con los que se educó el señor Urkullu seguro que le enseñaron a ser un vasco-vasco, un vasco con copyright, un mocetón que, parafraseando a Borges, encarnaría al Lorka vasco. Y también es probable que cultivaran su espiritualidad con arreglo a las normas del catolicismo vasco. La prueba irrefutable de que fue un chico aplicado es el fervor con el que aplica sentencias de exclusión a los que no se amoldan al paisaje o desvirtúan la fe del paisanaje. ¿Que monseñor Munilla reza el credo a su aire? A la que se descuide pasa de obispo a cardenal a base de encajar trompicones verbales.

Al cabo, mayor delito tiene querer estar en misa y abortando.

Tomás Cuesta

www.abc.es

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