quarta-feira, 23 de dezembro de 2009

Frente a la tiranía

«Un sistema político fundado en la fuerza, la opresión, el manipular las votaciones populares, asesinar, la práctica de una tortura medieval casi estalinista, la promoción de la represión, la censura de la prensa, la interrupción de la comunicación social, el encarcelamiento de los ilustrados y de la elite de la sociedad acusados falsamente, así como forzarles a hacer falsas confesiones en la cárcel, debe ser condenado y es ilegítimo». Así de firme era el gran ayatolá Montazeri cuando hablaba del régimen que él contribuyó decisivamente a fundar junto al ayatolá Jomeini. Era un régimen que él conocía íntimamente, probablemente como pocos.

Después de que millones de ciudadanos se echasen a las calles el pasado mes de junio para denunciar el robo electoral que hoy permite detentar el poder al presidente Ahmadineyad, los funerales de Montazeri han sacado a la calle a cientos de miles de iraníes en las calles de la ciudad santa de Qom. Clamaban por el fin del régimen opresor. Y ese funeral era una ocasión especialmente propicia para los demócratas. La ortodoxia religiosa de Montazeri estaba fuera de toda duda. Y como su par, el gran ayatolá Ali Sistani de Irak, creía que el clero chií debía mantenerse al margen de la política si ésta aspiraba a ser tenida por democrática. Pero tampoco era tan iluso como para creer que él debía estarse callado mientras otros clérigos hacían política a diario. Y nunca guardó silencio sobre los planes nucleares de Ahmadineyad. El pasado octubre promulgó una fatua contra el desarrollo de un arma nuclear iraní. Como otros opositores, él creía que sólo ayudaría a consolidar el control del poder del régimen, acentuando su aislamiento.

La muerte de Montazeri nos revela un escenario en el que las posibilidades para promover la democracia en Irán son muchas. Obama puede aprovecharlas o esperar a que sólo quede la alternativa de declarar la guerra.

Ramón Pérez-Maura

www.abc.es

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