domingo, 20 de dezembro de 2009

La ciencia y el viento

Como el pacto no es vinculante, queda al menos el inicio de un compromiso de EE.UU. negociado allí con pragmatismo por Obama, y de China, a regañadientes, empujado por los acontecimientos y por preservar una imagen. Los demás, incapaces de reducir con premura las emisiones, se conforman con vagas declaraciones sobre objetivos de alza de temperatura y con las compensaciones económicas.

El fracaso, en cuanto a retórica de las expectativas iniciales, era algo previsto, que se palpaba incluso en el sistema de trabajo de una cumbre multitudinaria y poco práctica. Al final, una docena de personas, de modo más práctico, lograron alcanzar un consenso limitado presentado a los demás. Toda la parafernalia anterior, incluso las manifestaciones callejeras cuyo coste ecológico (y no sólo ecológico) en traslado de activistas debería ser también considerado, quedó en nada. Pero no sólo los procedimientos parecían abocados a no lograr objetivos maximalistas, sino estos mismos resultaban imposibles en un momento en el que una drástica reducción de emisiones de CO2 no es compatible con los sistemas de producción que en la actualidad crean riqueza y mantienen un empleo a la baja. Por no poner el ejemplo tópico de los grandes países contaminantes, España no aceptaría, por mucha declaración de buenismo, incrementar el vertiginoso paro actual a corto plazo prohibiendo emisiones que mantienen el que resiste.

Seguramente en la dialéctica ecológica hay excesos y exageraciones. Sin embargo, nadie discute que nos encontramos con un problema que exige correcciones y vías de solución. El filósofo francés (y ex ministro) Luc Ferry sugería, al hilo de la Cumbre de Copenhague, una suerte de cambio de paradigma. Si el problema es real, se constata al mismo tiempo que el desarrollo económico y el crecimiento demográfico avanzan a una velocidad que, a la postre, convierte rápidamente en inútiles la limitación unilateral de las actuales emisiones de CO2. La supervivencia no puede basarse en un ecologismo reaccionario, sino en la investigación que proporcione una innovación permanente y un crecimiento menos dañino.

El papel de España en Copenhague ha sido tan residual como estrambótico: a falta de soluciones e influencia, el presidente ha pretendido conseguir unas líneas en los periódicos con eso de que «la Tierra no pertenece a nadie, sólo al viento», una frase que, a parte de cursi, refleja más un ecologismo vacuo y nostálgico que una respuesta moderna a los retos. Seguramente no podía ser de otro modo cuando el recorte presupuestario amenaza seriamente a la investigación en España. Ni tenemos una industria que compita en la investigación aplicada ni el Gobierno parece querer atender, agobiado por sus errores, la básica. En un campo concreto, el de la batalla contra el cáncer, Mariano Barbacid ha terminado por tirar la toalla. En otros cunde la desesperación.

Ni se ven los resultados de modo inmediato ni los investigadores constituyen en número un elemento de presión como otros sectores. Reducir los presupuestos en ciencia no genera al Gobierno la conmoción social de otros recortes, pero supone una ceguera respecto al futuro mayor que las emisiones contaminantes. Se entiende en este contexto el arrebato del presidente: si todo esto es del viento, que lo arregle el viento, que bastantes preocupaciones se palpan en la calle y los científicos son, a la postre, pocos votos.

Germán Yanke

www.abc.es

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