En medio de esa invasión de mensajes agradecidos que borramos de nuestra mente con la misma rapidez con la que lo hacemos del teléfono móvil, me llegó una tarjeta navideña que no olvidaré mientras viva. Una foto de un pequeño Nacimiento donde el Portal de Belén era custodiado por una figurita que representaba un guardia civil. Al abrirla se leía: «Mi «ángel verde» ya está cumpliendo su misión de «Guardia Real» junto a Jesús, María y José. Ahí es donde tú y yo tenemos que estar estas Navidades. ¡Feliz Navidad! Montse Belén, de C´an Salvá».
El ángel verde es uno de los dos guardias civiles asesinados en Mallorca y Montse, su madre, a la que yo llamé ofreciéndole mi humilde apoyo y quien me sorprendió por su valor y su alegría. Ojalá quienes me leen sean capaces de ver esa imagen de esperanza y orgullo que Montse ha querido transmitir colocando a su hijo de uniforme cerca del Niño Jesús. Habrá quien lo encuentre fuera de lugar, yo personalmente creo que no hay mejor sitio para esos inocentes a quienes les fue arrebatada la vida de modo tan cruel. Y no hay mejor consuelo para sus familiares que imaginarlos en el cielo. Gestos como estos son los que me dan fuerza para defender a las víctimas del terrorismo, ya sea en una abarrotada plaza madrileña o en un desierto hemiciclo de Estrasburgo donde hablé hace pocos días. Nunca pensé que mi primera intervención en el Parlamento Europeo sería a las once de la noche y prácticamente sin público, pero es que no hay causa por noble que sea que pueda con las celebraciones navideñas, la hora y el frío en su contra. Así que allí me levanté de mi escaño y en esos dos minutos cronometrados pedí a la Comisión que adoptara una «Carta Europea que reconozca la defensa y la promoción de los derechos de las víctimas del terrorismo», y mientras hablaba, por mi mente pasaban tantos y tantos ángeles que bien podían acompañar al «ángel verde» del Belén de Montse, tantos ángeles caídos por la libertad. Y recordé a los pocos que me escuchaban en esa fría noche, que la mayor parte de los gobernantes y los ciudadanos sólo se acuerdan de las víctimas después de un atentado; pasada la onda emocional, todos tienden a olvidar y pocos son conscientes de que cualquiera puede convertirse en víctima del terrorismo. Es por ello necesario armonizar las diferentes legislaciones de los Estados miembros en materia de derechos de las víctimas, porque ello sería un gran paso que ayudaría a quienes combaten el terrorismo y un duro golpe moral para quienes lo defienden. Esta Carta Europea sería una garantía para las víctimas que evitaría la humillación que supone ver a terroristas que viven libremente en otros países. No dije todo lo que quería decir porque el tiempo no daba para más, pero pensé que me quedaban varios años para seguir exigiendo que el terrorismo sea considerado un crimen contra la Humanidad y que los delitos terroristas no prescriban. Mientras no exista una legislación común europea clara en ese sentido, estaremos a merced del criterio de nuestros gobernantes, quienes pueden decidir, como ha ocurrido en España, mostrar tanta buena voluntad hacia quienes asesinan inocentes, que no sólo humillan a las víctimas, sino a todo un pueblo. Cada día descubrimos nuevos abusos como los que rodean el «caso Faisán», donde si es verdad que el chivatazo sirvió de «gesto amigo» hacia los terroristas, es difícil seguir creyendo en este Gobierno. Aunque haya dado marcha atrás en ese espinoso camino de la negociación, por desgracia son muchos los españoles que creen que Zapatero sigue cargado de buenas intenciones, lo que resulta muy peligroso cuando quienes están enfrente las tienen muy malas. También cuesta creer en las palabras del PNV, que mientras en el Parlamento Europeo proclama la defensa de las víctimas, en las calles del País Vasco sale a la calle pidiendo la libertad de Otegi. Hay muchas caretas en Madrid, en Estrasburgo y en muchos otros Parlamentos, donde se habla mucho y se hace poco, y mientras ellos, los que nos matan, siguen ganando adeptos en los bares de Bayona o en las escuelas coránicas para acabar con nosotros. Pero no lo van a conseguir, ¿verdad, Montse? Porque tu «ángel verde», el mío y el de tantas y tantas víctimas del terrorismo velan para que eso no ocurra.
Teresa Jiménez Becerril
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