En estas mismas líneas hemos advertido de la nefasta confluencia de dos fuerzas ideológicas que tienen como objetivo acabar con el cristianismo en Europa. La primera de ellas, el islamismo radical en sus distintos aspectos –cultural, ideológico, político, terrorista– que aspira a sustituir las iglesias por mezquitas, a los sacerdotes por imanes y a las Navidades por el Ramadán. Se dirá que la religión islámica en su vertiente moderada no es estrictamente intolerante. Lo que es tan cierto como que no hay un solo país musulmán donde los cristianos puedan expresar su fe de manera pública, y mucho menos extenderla entre sus vecinos. Los cristianos no pueden vivir su religión en estos países de la misma manera a como los musulmanes pueden vivirla en nuestros países. Y es que aquí en Europa, hay organizaciones no gubernamentales, instituciones y fundaciones perfectamente coordinadas y generosamente pagadas por los Estados del Golfo Pérsico realizando una perfecta acción de minado de las instituciones cristianas, vía "multiculturalismo", "derechos humanos" o "libertad religiosa".
Todo lo cual, en principio, no supodría mayor riesgo para las democracias cristianas occidentales, si éstas mantuviesen firmes los principios culturales y religiosos que constituyen su razón de ser, y tuviesen claro que con todas sus pegas, sus regímenes democráticos y sus sociedades abiertas son preferibles mil veces a las islamistas y a las islámicas. Durante siglos, islam y cristianismo han mantenido un equilibrio repleto de tensión y conflicto, pero que no afectaba en lo sustancial a la personalidad de ambos espacios cultural-religiosos, de manera que Occidente mantuvo su personalidad sin mayores problemas, hasta cuando él mismo se desgarraba en conflictos a los que incluso arrastraba a los países árabes. Si fuese ella misma, Europa resistiría perfectamente al islamismo actual, al terrorista y a cualquier otro.
Pero aquí entra la segunda fuerza ideológica, que viene a romper este equilibrio: la izquierda postmoderna, perfectamente representada por el PSOE de Zapatero. Tras el fracaso del socialismo real, parte de la izquierda europea se está revolviendo, como si se tratase de un niño malcriado, contra el orden cultural occidental: ojo, no contra el régimen político y económico, sino contra los principios morales, culturales y religiosos de éste, que también son en parte de la propia izquierda. Para ello, no ha dudado en ponerse de parte del islamismo en la campaña contra la tradición y la cultura occidental. Retiran crucifijos, pervierten la Navidad, acorralan a la Iglesia en sus iglesias, destruyen la moral pública. Vacían de religión Occidente, ante el aplauso del islamismo, que ya espera, cimitarra en mano, edificar sus mezquitas sobre el erial europeo. Lo tragicómico del asunto es que nada hay más despreciable para un islamista que un materialista izquierdista como Zapatero, defensor de todo tipo de perversiones morales y que no encontraría clemencia alguna en la cultura que ayuda a importar.
Es difícil hacer predicciones sobre el alcance de esta pinza ideológico-religiosa. La acción erosiva de las élites culturales europeas progresistas –de izquierdas y "de derechas", véase Gallardón– no saldrá gratis. Esta frivolidad progresista y multiculti no va a salir gratis a nuestros hijos: ellos la pagarán con creces, empezando por la pérdida de sus tradiciones en estas fechas. Y es que los europeos han celebrado durante siglos la Navidad más o menos de la misma manera, porque durante siglos su relación con el cristianismo ha sido más o menos la misma. Hoy no celebramos de manera muy distinta la Navidad a como la celebraban nuestros abuelos, que a su vez lo hacían de manera semejante a los suyos. Hoy, en cuestión de pocos años, esto está cambiando. Los europeos van camino de cargarse en veinte años lo que ha perdurado veinte siglos. De continuar así, podemos garantizar que dentro de treinta años nuestros hijos no celebrarán la Navidad tal y como la celebramos nosotros... y eso si la celebran.
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