quinta-feira, 21 de janeiro de 2010

Aquellos años de «Love Story»

Escribimos obituarios como quien reabre al azar un viejo álbum de cromos. Hay quien muere largo tiempo después de haberse apeado debidamente de la actualidad, desapareciendo del escenario para adentrarse en una vida más suya, hasta el fin. Muere Eric Segal, el autor de la novela «Love Story», a los 72 años. Ya no tenemos teorías de los sentimientos. Claro que se escribe sobre el amor todos los días. Para Ortega, nada hay tan fecundo en nuestra vida íntima como el sentimiento amoroso; tanto, que viene a ser el símbolo de toda fecundidad. Al acabar la década de la trasgresión cuyo paradigma fue 1968, Eric Segal publica en 1970 la novela neorromántica «Love Story». Después del «haz el amor y no la guerra» de los hippies, regresábamos al amor sentimental, en versión lacrimoide. Eric Segal había redescubierto el perpetuo filón de la Dama de las Camelias. Cada época tiene su historia de amor, mechada de iconos que el tiempo fija y resalta.

«Love Story» fue un éxito mundial. Antes, Segal -un prestigioso profesor de filología clásica- había trabajado en el guión de «Yellow Submarine». Eran los tiempos de la maxifalda y de los pantalones acampanados. Aquella década de los setenta iba a ser algo indefinida. Para España significó nada menos que los últimos años del régimen de Franco, la democracia y la monarquía constitucional. Fue la libre canalización de energías, hasta hoy. Entonces representaba una cierta euforia predemocrática, cuando las libertades estaban en la calle y todavía no en las leyes. La transición democrática fue eso: una «love story» con lo que era normal en la calle.

En «Love Story», para llegar finalmente al desenlace melodramático el hijo de potentado -Oliver- y la hija de obreros -Jenny- dieron cauce en la mejilla de los lectores a la lágrima por un amor imposible. Habían estado a punto de vivir sólo de amor y de Coca-Cola. Al fin y al cabo, la literatura lacrimógena comienza con el «ego» autocomplaciente de Rousseau, aunque fuese un padre capaz de abandonar a sus hijos en el orfanato. Una buena «love story» actual es la de Cañizares y Bernardo Marín en la serie «Cámera café». En aquellos setenta aparecieron los ecologistas y el petróleo subió de precio. Murió Mao. La URSS invadió Afganistán y se lió brutalmente en África.

Primeros microprocesadores. Los Bee Gees. La música disco y la noche de fiebre discotequera. «Encuentros en la tercera fase». Y «Love Story», hoy olvidada. Era el Gran Gatsby educado por los manuales tan antiautoritarios del doctor Benjamín Spock, luego arrepentido. En la universidad de Yale, Segal había tenido un alumno viudo. Tiró del ovillo y escribió «Love Story». El mal de Parkinson lo ha llevado a la muerte. Quizá los nuevos narcisismos pongan esa novela otra vez en boga pero no sería lo mismo porque aquellos personajes se amaron hasta el punto de ser parte de la inocencia americana de siempre.

En la segunda entrega de «Love Story», Oliver acaba reconciliándose con su padre, el magnate. Luego el profesor Eric Segal escribió otras novelas de éxito menor, pero sobre todo estudió a Platón. Posiblemente, la mejor novela de amor requiere de un fracaso porque el ser amado exige un exceso de atención. Es eso o los celos. Siempre hay lugar para los enamoramientos lacrimógenos. Cada época tiene su Dama de las Camelias. Lo fue «Love Story». La Margarita Gautier de ahora seguramente está languideciendo en el sofá plastificado de un reality show.

Valentí Puig

www.valentipuig.com

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