quarta-feira, 6 de janeiro de 2010

Fiesta de los Reyes Magos

Hoy, fiesta de los Magos de Oriente, es un día grande, cuya importancia, quizá, puede estar ocultando el ajetreo de los regalos. Hoy es un día abierto a la esperanza en estos hombres del Oriente que buscan y esperan encontrar una luz que dé respuesta verdadera y salvación real a los anhelos más hondos de amor, de verdad, de felicidad y libertad, de esperanza y de plenitud que radican en el corazón insatisfecho de todo hombre. Esa Luz es un Niño nacido en un establo, en pobreza y necesitado de ayuda.

Ahí está el Emmanuel, Dios-con-nosotros: en Él se nos revela Dios, al que, en el fondo, buscamos aún sin saberlo bien. La señal de Dios es la sencillez; la manifestación de Dios para todos es ese Niño en brazos de su Madre; su señal es que se hace pequeño y pobre por nosotros. Éste es su modo de ser Rey. Viene y se le encuentra como Niño inerme y frágil.

Podemos imaginar el asombro de los Magos ante el Niño en pañales. Sólo la fe les permite reconocer en la figura de aquel Niño al rey que buscaban, al Dios al que la estrella los había guiado. Por eso en este día de Reyes, día de regalos en memoria de los dones de los propios Magos a Jesús de oro, incienso y mirra, reconociéndole como Rey, como Dios y como Hombre, quiero pedir a Dios para todos el regalo de la fe: que aumente la fe.

Pido, en mi carta personal, como cuando era niño, que ayer escribía a los Reyes de Oriente, que en las circunstancias actuales, como los Magos, sepamos vivir el vigor pleno del espíritu, la valentía de una fe vivida, la lucidez evangélica iluminada por un profundo amor al hermano. No da lo mismo creer que no creer para el futuro y el logro del hombre; no da lo mismo para hallar respuesta ante tanta pregunta por el hombre. Estoy convencido y cierto de que si creyésemos más hondamente los que somos y nos decimos «cristianos» –y todos–, nos acercaríamos más al hombre caído, despojado, maltrecho y orillado, como el Buen Samaritano, el Niño Dios, por el que los Magos se pusieron en camino.

Como el incienso de los Magos a Jesús reconociéndole Dios, pido en la carta de este año a los Reyes Magos que, en verdad, también los hombres de hoy vengan ante este Niño y le adoren como Dios. De Dios viene el cambio decisivo del mundo. En el siglo pasado –y hoy perdura–, se ha extendido una mentalidad para la que el gran programa común para un cambio decisivo de la historia a mejor sería el no esperar nada de Dios, el silenciarlo o reducirlo al olvido o a la esfera de lo privado, para tomar totalmente en las propias manos la causa del mundo y para transformar sus condiciones. De este modo se toma un punto de vista humano y parcial como criterio absoluto de orientación. Cuando lo relativo se absolutiza, no se libera al hombre, sino que lo priva de su dignidad y grandeza, lo esclaviza.

Por eso pido en mi Carta que, como ellos, entremos todos en la casa donde está Jesús, porque «quien deja entrar a Cristo en su propia vida no pierde nada, nada de lo que hace la vida libre, bella y grande. Sólo desde este encuentro y amistad con Él se abren de par en par las puertas de la vida. Sólo en este encuentro y amistad se abren realmente las grandes e inmensas potencialidades de la condición humana; sólo así se abre la grandeza de ser hombre, base para la paz auténtica». (Benedicto XVI)

Antonio Cañizares - Cardenal, Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos

www.larazon.es

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