La catástrofe haitiana ha puesto una vez más en evidencia la grave situación en que se encuentra hoy la comunidad internacional por carecer de una organización política adecuada a la actual globalización, que hace que afecte a todos los habitantes de este planeta todo lo que ocurre en cualquier lugar, que pueden conocer al mismo tiempo que acontece.
Como en ocasiones anteriores, han sido sensibles al dramatismo que les han interpelado los medios de comunicación, las asociaciones y los Estados, entre otros.
El resultado, como en ocasiones anteriores, ha sido un arrollador tsunami de solidaridad. Sus beneficios no han podido llegar a los damnificados, como en las ocasiones anteriores, porque este tsunami quedó varado, al no haber nadie capacitado para recibirlo y distribuirlo eficazmente.
El primer Leviatán, que en esta ocasión también como en algunas anteriores ha reaccionado frente a esta consecuencia de la catástrofe y de las condiciones locales previas a la misma, ha sido el estadounidense; en cuyo mecanismo alguien, consciente o inconscientemente, escuchó el proverbio francés: «Qui peut et n´empêche pêche» (quien puede y no impide peca). Y como físicamente podía, decidió cortar el nudo gordiano, asumiendo la responsabilidad de controlar el aeropuerto de Puerto Príncipe primero, el país después, «hasta que sea necesario», declaró el responsable militar.
Este expeditivo proceder, apoyado por el presidente haitiano, dio lugar enseguida a la reacción del presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, que acusó a los EE.UU. de aprovechar la situación para colocar a sus soldados. Y lo que es aún más grave, fue acompañado por las reticencias de Francia.
¿Estaría dispuesto el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, a enfrentarse a todos los aspectos del problema, empezando por la imperiosa necesidad de establecer el orden, cortando cuando fuere necesario el nudo gordiano, no agotando sus fuerzas en frustrantes intentos de desatarlo, con la colaboración del Consejo de Seguridad y la paralela de países desarrollados y emergentes, creando una nueva legalidad internacional que responda a las necesidades actuales, atendiendo, no al carácter letal de la letra, sino al vivificador del espíritu? Se abriría así además una vía para afrontar otras amenazas como la piratería, los genocidios...
Eloy Ibáñez Bueno - Embajador y Miembro del Foro de la Sociedad Civil
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