La gravísima situación que se vive en Haití hace necesario un cierto grado de orden público, no sólo para proteger a los encargados de socorrer a la población, sino para evitar que las cosas empeoren para las víctimas y los supervivientes. Enfermas de corrupción crónica, las estructuras del Estado haitiano no habían demostrado hasta ahora suficiente capacidad para hacerse cargo de la estabilidad interior, y en estos momentos, cuando literalmente ha desaparecido todo rastro de administración pública, resulta imposible que el Gobierno se encargue de gestionar la crisis de manera mínimamente razonable. Estados Unidos ha hecho lo correcto al enviar tropas para ayudar a los haitianos a mantener la calma en una situación extremadamente delicada, sin que por ello se pueda hablar de ocupación o de ambiciones puramente militares. La cuestión es tan evidente que las Naciones Unidas -que desde hace una década tienen una misión de estabilización en Haití cuya eficacia es discutible y que, además, ha perdido gran parte de sus funcionarios en el terremoto- han pedido a otras potencias una contribución para apuntalar la seguridad en las zonas devastadas por el seísmo. El problema es que, aparte de Estados Unidos, no hay ningún otro país dispuesto a correr el riesgo de implicar a sus militares. Nicolas Sarkozy ha abandonado ya las críticas con que de forma apresurada saludó el desembarco en Haití de las tropas norteamericanas, quizá tras reconocer que, para desgracia de los haitianos, nadie ha sido capaz de reaccionar con los reflejos manifestados por Obama. A este lado del Atlántico, la Unión Europea podría expresar mejor su voluntad de influencia global si, además del trabajo que han hecho los equipos de Protección Civil sobre el terreno, hubiera enviado ya una sólida fuerza de Policía que impida el desorden y el pillaje y garantice que el esfuerzo y el dinero que la generosidad de los ciudadanos europeos y sus instituciones ha enviado a Haití no se pierda en el caos en el que Puerto Príncipe está sumiéndose.
Hace unos días se pedía desde estas páginas un futuro para Haití. Pues bien, ese futuro, que sobre todo tiene que ver con lo que ha de construirse después de la tragedia, debería empezar a cimentarse hoy sobre el orden. Sin poner en duda el principio de soberanía de Haití, los soldados estadounidenses son necesarios. De otro modo, todo lo que se se ha hecho hasta ahora y lo que se intente hacer en adelante no servirá para nada.
Editorial ABC
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