Las bromas sobre apellidos o parecidos físicos suelen ser injustas porque se trata de dos cosas que nadie elige, aunque el maestro Wilde decía que a partir de los cuarenta todo el mundo es responsable de su cara. Sentado este principio de rechazo a esa tendencia tan celtíbera de hacer sangre con nombres y semejanzas involuntarias hay que admitir que el tipo que ha encajado el careto de Míster Bean en la página web de la flamante europresidencia española ha dado en el clavo con tanto tino como mala leche. Y no sólo porque su destreza de hacker ha sido tan eficaz que ha dejado K.O. el sitio durante un par de días, sino porque su malévola chanza ha tenido la vitriólica propiedad de universalizar un secreto que hasta ahora sólo sabíamos los españoles. Y no me refiero al parentesco fisonómico, sino a la analogía conceptual.
Lo que vuelve hiriente la burla, el factor clave de su puntería sarcástica, no es que Zapatero se dé un aire a Míster Bean, sino que su hueca gestualidad retórica otorga a la proximidad facial el carácter de una parodia política. Y aún se podría añadir que el cómico tiene en la comparación la ventaja de que su impostada hilaridad es muda, sin la facundia vacía que en ocasiones aproxima a nuestro presidente al ridículo. Ridículo es, en efecto, que al día siguiente de proclamar muy solemnemente que va a sacar a Europa de la recesión las estadísticas le coloreen la frase con cuatro millones de parados, el doble de la tasa media de la UE. O que apenas veinticuatro horas después de anunciar el Gobierno su intención de suavizar el rigor comunitario con Cuba los cubanos devuelvan con un portazo en las narices a un conocido diputado socialista. Cuando eso ocurre de forma tan flagrante e inmediata, y además sucede en medio de una rimbombante palabrería autocomplaciente, lo lógico no es sólo que se le ponga a uno cara de Míster Bean, sino que existe el riesgo de que los demás tiendan a verlo con ella.
Así lo ha puesto de manifiesto el «Financial Times», con su demoledor editorial sobre la «España torpe», y así lo ven dentro y fuera muchos observadores alarmados ante el fatuo adanismo que pretende transformar el simple turno de coordinación directiva en un liderazgo hemiplanetario. Es ésa petulancia tan ufana, esa engreída falta de contención autocrítica y no la identidad de las cejas elevadas lo que concede verosimilitud a la caricatura convirtiéndola en un trampantojo político. Y lo que ha acentuado la popularidad de una mofa que por sí misma no pasaría de ser una vulgar travesura cabronzuela.
Claro que existe en el asunto una variable más antipática. La que se deriva de la reflexión de que acaso el problema no consista tanto en que Zapatero se parezca a Míster Bean, sino en cómo un tipo que se parece a Míster Bean puede ganar dos elecciones seguidas. Arrojar la cara importa, que el espejo no hay por qué, decía Quevedo.
Ignacio Camacho
www.abc.es
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