El domingo de la Sagrada Familia ha vuelto a ser celebrado de modo festivo y extraordinario en las calles de Madrid. Esta tercera vez, con asistencia de más obispos españoles y con la presencia de significativos prelados de la curia romana y de otras diócesis de toda Europa. La asistencia masiva de familias jóvenes al completo, con muchos niños pequeños, cuando la lluvia y el viento azotaban buena parte de la Península, pone de manifiesto que se valora cada vez más lo que significa el tesoro de la familia en un ambiente social y legal muy adverso.
La Iglesia entera, guiada por el Papa, presente también de nuevo en Madrid a través de la televisión, da gracias a Dios por la Familia de Nazaret y se muestra dispuesta a prestar a la Europa de nuestros días el servicio esencial de la familia, en la que un padre y una madre fundan sobre su amor, perdurable y fecundo, el hogar de la vida, de la persona, de los futuros ciudadanos adultos.
Lamentablemente las leyes españolas de hoy han dejado de contemplar y de proteger esa realidad humana insustituible. Los españoles han sido privados del derecho fundamental de ser reconocidos específicamente ante la ley como esposos y como esposas, como padres y como madres. Legalmente ya no lo pueden ser. Desde la reforma de 2005, el Código Civil no reconoce más que «cónyuges» y «progenitores». El matrimonio no es en nuestras leyes la unión de un esposo y una esposa, sino de un «cónyuge A» y un «cónyuge B». Es decir, que el matrimonio, en cuanto tal, ha sido expulsado de la ley, y los jóvenes, en puro rigor jurídico, no pueden ser educados como futuros esposas y esposas, sino como futuros «cónyuge A» y «cónyuge B».
La Iglesia seguirá celebrando la Fiesta de la Sagrada Familia. Con la ayuda de Dios, seguirá también educando a los jóvenes como futuros esposas y esposos, padres y madres. Un servicio esencial para Europa, en el que las familias mismas son los actores principales.
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