segunda-feira, 21 de dezembro de 2009

Que descontaminen otros

Imaginen un viejo edificio donde unos vecinos, tras haber acondicionado su piso con todo confort, dicen al resto que no pueden hacer lo mismo, porque a la larga el inmueble se desplomaría. Es lo que ha ocurrido en Copenhague entre los países desarrollados y los emergentes. Después de haber talado los bosques propios, es muy fácil decir a Brasil que no tale los suyos porque los necesitamos como pulmón del planeta. Con dos coches por familia, es muy fácil decir a los chinos que sigan con la bicicleta por la contaminación. Pero nadie renuncia al coche, ni a la calefacción, ni al aire acondicionado, si puede permitírselo, ni ningún Gobierno renuncia a industrializarse, si representa puestos de trabajo. Creer otra cosa es desconocer la naturaleza humana o pedir a los demás lo que no nos pedimos a nosotros mismos.

La contaminación es producto del desarrollo, y si los ya desarrollados pueden permitirse el lujo de refrenar el suyo, el resto tiene que hacerlo a lo bestia, como lo han hecho todos, sin que nadie pueda impedírselo. Esa es la realidad y eso es lo que se ha impuesto en Copenhague. No ha habido cuotas de emisiones de CO2, ni mecanismos de supervisión, ni castigo para los más contaminantes. Cada país se fijará sus normas, con el objetivo común de que la temperatura de la atmósfera no suba arriba de dos grados. Un acuerdo de mínimos. Lo máximo que podía alcanzarse con tan diferentes perspectivas sobre un mismo problema. Mejor algo que nada se han dicho todos, menos los cinco bronquistas de Chávez.

Que Obama decidiera hacer causa común con los países emergentes en vez de con sus aliados naturales, los desarrollados, indica dos cosas: que Estados Unidos ya no es la única gran potencia mundial y que su nuevo presidente tiene más sentido de la realidad que los líderes europeos. Porque la demanda de energía va a seguir creciendo, nos guste o no, como advierte la última noticia «contaminante»: en 2025, India sobrepasará a China en población. Imagínense a todos pidiendo lo que nosotros tenemos.

Que puedan tenerlo o no dependerá de si seguimos utilizando las viejas fuentes de energía -el carbón, el petróleo- o si usamos otras nuevas. No me refiero a la eólica o la solar, que aparte de contaminar también, son carísimas, sino a las aún desconocidas. Pero para eso hay que descubrirlas. Quiero decir que el problema del medio ambiente no se resuelve con frenar el desarrollo, como piden los autodenominados ecologistas, sino con más desarrollo, con tecnología más limpia, más barata, más eficiente que la actual. Que seguro la hay. Es lo que ha venido haciendo el hombre a lo largo de la historia, pero últimamente parece haber olvidado.
Puede que necesitemos empezar a tener dificultades respiratorias para que nos decidamos a ello. Antes, difícilmente.

José María Carrascal

www.abc.es

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