domingo, 27 de dezembro de 2009

La grandeza de la maternidad

La vida humana es un obsequio maravilloso de Dios. Él ha creado esta vida y nos ha dado este mandamiento: «No matarás». Este mandamiento, también en sus contenidos más positivos de respeto, amor y protección de la vida humana, obliga a todos. Resuena en la conciencia moral de cada uno como un eco permanente de la alianza original de Dios creador con el hombre.

María, por obra del Espíritu Santo, concibió al Hijo de Dios en sus entrañas virginales. El hijo de Dios quiso iniciar su existencia humana en el seno de una madre. Él es el «fruto bendito del vientre» de la Virgen María. Es cierto que todos los concebidos aún no nacidos son también «frutos benditos» de Dios, ya que Él les ha otorgado la existencia en el seno materno. La maternidad es siempre una buena noticia porque está vinculada a una nueva vida humana que es la obra más excelsa de la creación.

Juan Pablo II, en su encíclica El Evangelio de la vida, hace un canto a la vida humana. Este documento pontificio está dedicado al valor y al carácter inviolable de la vida de cada persona, desde el primer momento de su concepción hasta la llamada de Dios al final de su existencia en este mundo. El Papa pide a todos y a cada uno en nombre de Dios: «¡Respeta, defiende, ama y sirve a la vida, a toda vida humana! Sólo siguiendo este camino encontrarás justicia, desarrollo, libertad, verdadera paz y felicidad».

La eliminación directa y voluntaria de un ser humano inocente siempre es algo gravemente inmoral. Nada ni nadie puede autorizar la muerte de un ser inocente, aunque sea feto o embrión, niño o adulto, anciano, enfermo incurable o agonizante. Nadie puede pedir este gesto homicida para sí mismo o para otra persona confiada a su responsabilidad, ni puede consentir a él explícita o implícitamente. Ninguna autoridad puede legítimamente imponerlo ni permitirlo. En aquel documento pontificio se recuerda que «el aborto provocado, se haga como se haga, es la eliminación deliberada y directa de un ser humano en la fase inicial de su existencia, que va desde la concepción hasta el nacimiento». El que se elimina nunca podrá ser considerado un agresor, y menos todavía un agresor injusto: es un ser humano inocente que no dispone todavía ni de la fuerza de los gemidos ni del llanto del recién nacido. Se halla totalmente confiado a la protección y al cuidado de la mujer que lo lleva en su seno.

El Concilio Vaticano II, en su mensaje conclusivo, hace esta maravillosa llamada a las mujeres: «Vosotras estáis presentes en el misterio de la vida que empieza. […] Reconciliad a los hombres con la vida». La maternidad comporta una comunión especial con el misterio de la vida que madura en el seno de la mujer. La madre admira este misterio y con una intuición singular comprende lo que lleva dentro de ella. La madre acepta y ama como persona al hijo que lleva en su seno.

La Iglesia, los cristianos y cualquier persona hemos de valorar la vida humana existente ya en el seno de la madre. Trabajar en favor de la vida es contribuir a la renovación de la sociedad. Todos juntos hemos de construir una nueva cultura de la vida.

Lluís Martínez Sistach - Cardenal arzobispo de Barcelona

www.larazon.es

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