segunda-feira, 21 de dezembro de 2009

Dos Navidades y dos culturas / La cheka escribe de historia

Hoy, en Época

La Navidad está en la entraña misma de la civilización occidental, y hasta hace poco tiempo nadie podría dudar de su carácter cristiano. Era una fiesta en la que el consumo aumentaba, pero este aparecía supeditado a su sentido religioso. A partir de los años 60 en Europa, y un poco más tarde en España, el aspecto del consumo ha tomado proporciones cada vez mayores, realmente gigantescas, y se ha independizado de todo contenido religioso. Paradójicamente, son estas fechas cuando más anuncios de tono pornoide se ven, en la calle y en la televisión; dentro del extenso ámbito "progre" o indiferente ya no se dice Feliz Navidad sino felices fiestas (como si no hubiera otras muchas); en los escaparates de los comercios, las felicitaciones aparecen a menudo en inglés, porque el desprecio a la cultura española está cada vez más extendido, y va ligado a esa fiebre del consumo: en su afán de demostrar su modernez, el PP lleva ese desprecio probablemente más lejos que el mismo PSOE. Ese carácter consumista a-religioso o anti religioso se percibe muy bien en Madrid, donde el alcalde (del PP) procura, en la iluminación y en los festejos asociados, como el de los Reyes Magos, borrar o diluir el contenido cristiano para convertirlo en una mezcla de exaltación del consumo y de recetas más o menos progres de paz, solidaridad (¿con quiénes?), y espectacularidad trivial (al alcalde le gusta el panem et circenses) ajena a su carácter tradicional. Una alcaldía del PSOE no lo habría hecho de otro modo.

En la Navidad se reflejan hoy dos culturas, una de las cuales, la consumista no religiosa, adobada con consignas de sonido humanitario –sonido por lo demás perfectamente hueco– ha ido fagocitando a la religiosa, aunque esté lejos de haberlo conseguido del todo y se observe en los últimos años una reacción considerable. Quizá haya que decir también que bastantes curas, monjas y obispos han contribuido a la descristianización con sus afanes excesivos de aggiornamento. Hace poco leía en un libro de texto de religión del último curso del bachillerato largas tiradas de ideología progre, que podría suscribir el gobierno actual.

El Panem et circenses, es decir, consumo y diversión, constituye la ideología más ampliamente difundida hoy. Cada vez más consumo y más diversión, en ello parece consistir el progreso para muchos, y la consigna se aplica a lo largo de todo el año (ahora menos, debido a la crisis). La industria de la diversión o entretenimiento constituye un negocio colosal y llena prácticamente todo el tiempo libre de millones de personas. Aplicar esa ideología de modo tan pronunciado en estas fechas es también una forma de desnaturalizarlas.

Se decía que el objetivo del panem et circenses en Roma era apartar a la gente de otras preocupaciones, en especial políticas –cosa que no logró–, pero ahora se ha convertido en un objetivo en sí mismo, en una cadena sin fin. ¿Es esto bueno, o es malo? Con ello retroceden la superstición y el oscurantismo, aducen muchos, se impone la razón y la vida se vuelve más alegre. No estoy muy seguro de ello. En un artículo de hace algún tiempo señalaba una serie de rasgos concomitantes presentes en esa ideología, pues esta es también la del aborto y el divorcio masivos, implícitamente de la pederastia, la de la colaboración con la ETA, de la telebasura y el botellón, del homosexualismo y feminismo militantes, de la droga, la corrupción política, el separatismo y el desprecio a la cultura propia, del desplazamiento del español por el inglés, la de la muerte de Montesquieu, la de una extraña simpatía por el islam, por el régimen de Castro, por el Che Guevara o por el terrorismo palestino, la de los ataques a los derechos y libertades en general y en las Vascongadas y Cataluña en particular... Estas cosas suelen ir juntas y, por mi parte, no acabo de verles la razón ni la alegría.

**** Dice el lamentable Montilla que Cataluña es "una patria dispuesta a rebelarse". Como Asturias. Ojalá tenga razón, ojalá se rebele contra los catalufos, contra los nacionalistas que están convirtiendo a Cataluña en Catalufia.


Hace unos años, en Chesterton:

UN INCISO: HISTORIOGRAFÍA DE MODELO CHEQUISTA

Como he expuesto en varias ocasiones, pero conviene reiterar, la mayor parte de la historiografía publicada en los últimos treinta años sobre la historia reciente de España está viciada por una falsedad fundamental: la de que el Frente Popular, dominado por Stalin y compuesto por los partidos que habían arruinado violentamente el proyecto de democracia liberal con que nació la república, defendía la democracia. Esta falsedad fundamental y fundacional puede compararse a la pretensión de que el sistema nazi fue en realidad protector de los judíos. Pues bien, sobre ese evidente, grotesco e increíble despropósito se han construido "un Himalaya de falsedades", como decía Besteiro, con cientos y cientos de libros de "historia", que no superan el nivel de la propaganda, por no decir de la pura y simple basura.

Lógicamente, de esa extravagante versión ha nacido otra parecida: que la transición democrática se debe fundamentalmente a la oposición antifranquista, articulada en torno a un partido stalinista como el PCE y, en cierto modo, a la ETA, con la que todos simpatizaban y de cuyos atentados esperaban obtener rentas políticas, "recoger las nueces", en expresión posterior de Arzallus. Al llegar la transición, en las cárceles había unos escasos centenares de presos políticos, prácticamente todos ellos comunistas o terroristas. No había presos demócratas. Conviene reiterar, pues si no apenas entenderemos nada, que el PCE, pese a todos sus clamores por las "libertades", seguía siendo un partido perfectamente stalinista, y que su defensa de la democracia no valía más que la del Frente Popular y la de Stalin. Ya lo veremos con más detenimiento. A la gran mayoría de los intelectuales y políticos de izquierda la caída del muro de Berlín les pilló por sorpresa, nunca la entendieron ni nunca revisaron sus ideas: simplemente procuraron adaptarse y sacar algún provecho de la nueva situación, sin abandonar en ningún momento sus peligrosos prejuicios.

En esa línea acaba de salir un libraco sobre la transición, escrito por Nicolás Sartorius y Alberto Sabio. No valdría la pena ocuparse de él si no fuera porque avanza todavía un paso hacia el espíritu y el estilo de la checa. De su nivel y método pueden dar idea las siguientes lucubraciones sobre los secuestros de Oriol y Villaescusa: "Reinaba la confusión en el ambiente y la incertidumbre alcanzaba cotas máximas: ¿desde cuándo y hasta dónde tenía la policía sus infiltrados en el GRAPO? ¿Cómo pudieron atravesar Madrid a plena luz del día los secuestradores de Villaescusa sin que pasara nada? ¿Por qué al poco de encargarse el comisario Conesa de dirigir la operación culminó con éxito la liberación de Oriol y Villaescusa?". Cuestiones perfectamente contestadas desde hace mucho tiempo: no hay la menor prueba de que la policía tuviera por entonces infiltrados ni confidentes en el GRAPO, como, en cambio, los tenía en el PCE, en CCOO o en el PSOE, los cuales llevaban años funcionando con muy pocas medidas de clandestinidad. Los secuestradores no atravesaron Madrid, sino una pequeña parte de la ciudad, como ha ocurrido en todos los secuestros o atentados terroristas, ¿o cree este par de... historiadores que la policía puede controlar todas las calles? Si así fuera, no se produciría ningún atentado. Y el modo como Conesa dio con el hilo que llevó al ovillo, ha sido ampliamente aclarado desde entonces.

Un historiador medianamente serio no puede plantearse siquiera cuestiones tan absurdas a estas alturas. Le basta con leer la abundante literatura del GRAPO, mi testimonio De un tiempo y de un país o el de José Barrionuevo sobre su paso por el ministerio del Interior, por poner algunos ejemplos. Pero nada de esto interesa a los autores, que prefieren pasar por alto las fuentes más elementales, con el fin evidente de embarullar al lector con enigmas bobos, pero no inocentes.

Ahora bien, nuestros profesionales de la cosa no se conforman con presentar tales enigmas al lector descuidado, enseguida encuentran la explicación: "Ya entonces se rumoreó que el raro desenlace se debió a un grapo llamado Pío Moa, que años después dedicaría su esfuerzo a ofrecer una versión dulcificada de Franco y su régimen con el apoyo político del entorno del Partido Popular". ¿Se rumoreó entonces tal cosa? ¿Por qué no intentan demostrarlo estos caballeros de industria? En realidad nunca se rumoreó nada por el estilo. El rumor retrospectivo lo han inventado y hecho circular hace poco, más de veinte años después, a raíz de mis investigaciones sobre la guerra civil, que echan por tierra las versiones stalinistas sobre nuestro pasado reciente, servidas por nuestros lisenkos de la historiografía. También han inventado el bulo de que el PP me apoyaba. Y menos aún me he dedicado a dulcificar nada: simplemente estos demócratas a la staliniana han sido incapaces de rebatir mis trabajos en cualquier aspecto sustancial, por eso han de recurrir a tales infamias.

Viene luego una cita atribuida al general Sáenz de Santamaría: "Para mí que el tal Pío Moa era un infiltrado de Conesa. Fue muy sorprendente que pocos meses después de todo aquello apareciese escribiendo en Abc, ¡nada menos que en Abc! (...) Declaró que a Oriol lo habían cambiado de sitio varias veces pero que en ese momento lo tenían junto con Villaescusa en un piso de Alcorcón (...) Lo cierto es que Pío Moa apenas estuvo detenido y no llegó a ser procesado". ¡Sorprendente, en verdad! Pues cualquier historiador de mediana solvencia puede comprobar fácilmente que escribí en ABC (y en Diario 16 y otros), no "pocos meses", sino varios años después. Puede comprobar también que en aquella ocasión no fui detenido, ni "apenas" ni nada, como no lo fueron otros miembros de la dirección del PCE (r)- GRAPO, y sí me convertí, por una temporada, en el hombre más buscado por la policía. ¿Cómo podía "declarar" nada, en tales circunstancias? Puede comprobar asimismo, sin demasiado esfuerzo, que quien informó a la policía sobre el paradero de Oriol y Villaescusa –que no estaban entonces juntos, sino separados–, fue Cerdán Calixto, tras ser detenido. Cerdán dirigía precisamente los secuestros.

Aunque el general Sáenz no era lo que se dice un águila, ¿pudo haber soltado tales sandeces? Me permito dudarlo, y más al conocer la fuente de sus supuestas palabras, el periodista Diego Carcedo, antiguo falangista radical y colaborador del órgano de la Falange, Arriba, uno de tantos intoxicadores afortunados que han "evolucionado" sin aclarar nunca por qué, aunque cabe sospechar para qué. En sus "biografías" disponibles en Internet ni se menciona su pasado al servicio de la Falange; como tantos, intenta borrar los rastros, borrar su propia historia, no obstante lo cual se declara historiador, faltaría más. Y, claro, el general ha fallecido y por tanto no puede desmentir al "honrado profesional" ni a los no menos honrados Sartorius y Sabio (¡menudo sabio!).

Un historiador, si quiere serlo en serio, no se dedica a recoger especulaciones gratuitas, ni a citar sin ton ni son, sino que procura contrastar unas informaciones con otras y discriminar la fiabilidad de las fuentes. Ninguno de estos dos honestos profesionales de la intoxicación cita mis testimonios, ni los del propio GRAPO. Ni siquiera se preguntan cómo es posible que continúen semejantes "enigmas" después de que los socialistas hayan estado trece años en el poder, teniendo a su disposición toda la documentación del ministerio del Interior, así como a los policías y varios presos. Llamativo, ¿verdad? Podría recordar también que diversos políticos socialistas y comunistas, no recuerdo bien si el propio Sartorius –pudiera ser– mostraron interés, poco después de la Transición, en que se destruyeran las fichas policiales, o al menos algunas de ellas. Alegaban que esas fichas suponían una especie de documento infamante para los distinguidos demócratas que ellos eran. ¿Documentos infamantes? ¿No constituían, más bien, el testimonio glorioso de su oposición a la dictadura y de su lucha por las libertades? Pues parece que ni ellos mismos lo creían.

He escrito que tales archivos deben contener gran cantidad de material valioso para la historia... si no han sido debidamente expurgados, como parece lo más probable. José Ramón Gómez Fouz ha utilizado información policial para escribir su muy interesante libro Clandestinos, sobre la actividad de comunistas y socialistas en Asturias bajo el franquismo, y deja bastante clara la profunda infiltración sufrida por estos partidos que, sin prueba alguna, acusan a otros de haber sido infiltrados. Confidentes policiales ocuparían altos cargos en el PSOE, llegando alguno a senador, lo cual explica el extendido interés por destruir los archivos. No fue, por cierto, una historia gloriosa, sino bastante sórdida. Lo indica el escritor José Ignacio Gracia Noriega en el prólogo al libro, citando el comentario de Vasílief, jefe de la Ojrana zarista, sobre la "psicología del traidor" y sus reacciones incontrolables de arrepentimiento y repentino odio fanático a la policía. Sin embargo, observa Gracia Noriega, "en España el confidente delataba para conseguir algún tipo de beneficio, bien en el orden material, recibiendo de oscuros presupuestos el equivalente a las treinta monedas de plata, o bien para preservar su seguridad. En ese ambiente el fanatismo estaba de más (...) Cualquier parecido entre el atormentado Gypo Nolan, de la novela de Liam O´Flaherty, y el delator de la policía franquista, que delataba a cambio de miserables prebendas, salvo el acto mismo de la delación, es inexistente".

Por otra parte, un historiador que pretenda acercarse a la verdad y no intoxicar a sus lectores tiene a su alcance, también, las memorias del socialista Barrionuevo 2001 días en Interior. Barrionuevo, como los demás ministros de Interior, tuvo amplia ocasión de investigar el asunto, y he aquí sus conclusiones: "La pereza mental de algunos resiste todas las evidencias. En algún momento algún listo dictaminó que el GRAPO no era un grupo terrorista conveniente, que sus actuaciones eran sospechosas y que de alguna manera estaba influido por la policía. Desde que se formularon por primera vez estas absurdas e infundadas teorías se había avanzado considerablemente, con información plenamente contrastada, sobre los orígenes, desarrollo, composición y fines de los GRAPO (...) Pero daba igual. Los listos habían emitido su dictamen y no lo modificaron" (p. 190). La única objeción a Barrionuevo es que tales infundios no provenían de "pereza mental", y que su partido estaba lleno de semejantes "listos", unos procedentes del comunismo y otros del franquismo.

Obviamente, con estas observaciones no pretendo enseñar métodos historiográficos a Sartorius y su sabio compañero de fatigas, pues en realidad ellos van por otro camino, el de la propaganda negra y la provocación. Sostener los dislates habituales sobre la significación del Frente Popular o de la oposición antifranquista requiere una dosis muy alta de descaro junto con una metodología espuria y una buena dosis de intimidación. Durante años hemos contemplado a estos lisenkos de la historiografía tratando de silenciar a los discrepantes con los dicterios de "franquista" o "fascista", últimamente "extrema derecha". Viejo método, ya lo explicaban los expertos de la Comintern, y conviene recordarlo para no llamarse a engaño: "Los camaradas y los miembros de las organizaciones amigas deben continuamente avergonzar, desacreditar y degradar a nuestros críticos. Cuando los obstruccionistas se vuelvan demasiado irritantes hay que etiquetarlos como fascistas o nazis. Esta asociación de ideas, después de las suficientes repeticiones, acabará siendo una realidad en la conciencia de la gente". Y ahí siguen, aunque sean desmentidos una y otra vez: creen que quien más insista, grite y repita la consigna terminará imponiéndose. Lo que no pocas veces ocurre, por desgracia.

Pero Sartorius y el otro han llegado más lejos, como decía. Ruego al paciente lector atención al sentido de sus insidias: se trata de exponerme a los terroristas, de provocar su venganza con infundios. Son una incitación al asesinato, en el espíritu del delator chequista, un acto deliberado de colaboración con el terrorismo, sin la menor excusa de ignorancia inocente. Están escritas desde una tradición medular en el comunismo al que nunca dejó de pertenecer Sartorius, a quien la caída del muro de Berlín ha dejado perplejo, sin enseñarle nada. Sartorius, un aristócrata metido a salvador del proletariado, como aquel otro polaco que fundó la Cheka. El español no ha tenido tanta ocasión de desplegar sus dotes, aunque apunta maneras.

Ni es una infamia ocasional, sino una consigna. La han repetido el señor de Paracuellos, el hermano de Juan Guerra o cierta gruesa comisaria política, y pulula por internet de mano de los agentes del Corruto. Y toda esa vileza, ¿por qué? Por mi terrible delito de haber puesto a plena luz su falsificación radical del pasado. Mucho les ha afectado, y uno debe preguntarse cómo un asunto que debiera dirimirse en el debate intelectual y con armas intelectuales, se ha transformado para esta gente en ocasión de exhibir su cara más siniestra. Acierta Gracia Noriega. No se trata de fanatismo propiamente hablando, ni es posible que ellos mismos crean poco ni mucho sus disparatadas historias. Se trata de otra cosa: de las prebendas, siempre miserables, aun si cuantiosas. Estos personajes llevan más de treinta años montando una industria política y económicamente muy rentable en torno a la historia reciente de España. Cuando ven en peligro sus beneficios su furia no conoce límites, y pierden todo escrúpulo.

Queda, al final, esta evidencia: Sartorius y compañía no representan nada mejor que los nazis. Representan la tiranía más brutal y mortífera del siglo XX, aunque intenten disfrazarse sistemáticamente de demócratas. Un cuento que ya no funciona.

Pío Moa
http://blogs.libertaddigital.com/presente-y-pasado (20 de Diciembre de 2009)

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